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La Revista Mexicana de Literatura fue fundada por Carlos Fuentes y Emmanuel Carballo en 1955, con la intención de ser un medio impreso de promoción cultural con apertura a todo tipo de expresiones literarias, en especial, la literatura mundial, como una manera de oponerse a la cultura del nacionalismo oficial tan en boga por esos años. En 1957, sus directores dejarían la revista a cargo de Antonio Alatorre y Tomás Segovia, la cual no apareció a lo largo de 1958, en lo que se conformaba otra plantilla de colaboradores.

Sin embargo, a fines de 1959 Alatorre se mudó al extranjero, cediendo su posición a Juan García Ponce, volviéndose codirector al lado de Segovia en lo que sería la segunda época de la revista (1960-1962), durante la cual ambos manifestaron sus principios en los cuales uno de los principales ejes rectores era editar textos únicamente basados en la calidad artística, ya fueran noveles escritores o conocidos intelectuales. Fue Jaime García Terrés quien le puso la etiqueta de Nueva época y reinició la numeración de la revista. Su afán fue darle calidad informativa, aglutinando a un buen grupo que escribiera notas, comentarios y críticas sobre las distintas actividades artísticas. La frecuencia de sus textos los convirtió en especialistas en áreas que nunca estudiaron de manera formal.

Así, Juan García Ponce (quien firmaba con el pseudónimo de Jorge del Olmo) se dedicó a la crítica de artes plásticas; José de la Colina se ocupó de los comentarios sobre cine (sección que compartía con Jomi García Ascot y Emilio García Riera, entre otros); Juan Vicente Melo colaboró asiduamente en la sección de música y danza; José Emilio Pacheco mantuvo una sección titulada “Simpatías y diferencias”; Carlos Valdés, Tomás Segovia y otros escritores publicaron reseñas de libros y colaboraron con notas y críticas en la sección “Feria de los días”, heredera de “Talón de Aquiles” (en la cual no sin cierta ironía criticaban y ventilaban las novedades y chismes literarios del momento). Paralelamente a la sección “Aguja de navegar cultos”, enfocada a reseñas literarias y notas críticas.

En poco tiempo, estos dos apartados fueron reemplazados por “Actitudes”, que pronto se posicionó entre las favoritas del público, ya que en ella los autores opinaban con total libertad sobre las novedades literarias, aquilatando la calidad de los textos y evidenciando su “actitud” respecto de la literatura y el acontecer cultural de los sesenta. A esta gustada sección se añadió otta titulada “La pajarera”, de análisis y crítica textual.

El término de la tercera época de la revista, con García Ponce como su único director de 1963 a 1965, fue a raíz del criterio estricto y sin cortapisas de la mesa de redacción, pues tal y como él mismo declaró: “Llegó un momento en que éramos tan exigentes que ni siquiera nuestros textos eran tan buenos para ser publicados, y ya no quedaba nada verdaderamente”. Inés Arredondo llegó a comentar que la revista terminó porque al grupo ya no le convenía hacerla, pues todos eran mayores, tenían hijos que mantener y habían logrado publicar en diversos medios culturales en los que sí les pagaban las colaboraciones.

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