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En las cantinas tradicionales yucatecas la música por antonomasia era la trova yucateca. Pastor Cervera y Coqui Navarro no solo eran compositores altamente solicitados en dichos centros de consumo, sino que ellos mismos fueron parroquianos habituales, pues era frecuente topárselos en la barra de algún céntrico bar. Ya desde entonces, la cantina fungía como un lugar alternativo para la cultura; en este caso, la musical. Tríos y solitarios trovadores todavía pasan de mesa en mesa ofreciendo sus canciones lo mismo al pobre enamorado que al borracho de amor.

Sin embargo, esta modalidad se ha ido transformando, ya que actualmente se ha comenzado a introducir música en vivo con un marcado acento latino, haciendo especial énfasis en el repertorio de la vecina isla de Cuba, pues desde siempre La Habana y Mérida han estado vinculadas por algo que va más allá de la comida y las guayaberas. También el jazz, el blues, el flamenco y, bueno, infinidad de géneros han encontrado cobijo entre los nuevos yucatecos, cada vez menos tradicionales y cada vez más abiertos a las influencias del mundo.

Aunado a esto, la sinergia que se ha fraguado entre instituciones de gobierno y los empresarios dueños de cantinas o bares ha provocado que la otrora aburrida ciudad de Mérida tenga una vida diurna y nocturna tan efervescente como un buen trago. No nos engañemos, esto ha beneficiado a nivel turístico, pues gente que solía estar de paso durante el día ahora se queda una o dos noches para conocer la Mérida nocturna (y no se quedan por el ruido, se quedan por la música).

Hasta hace algunos años, nadie se hubiera imaginado que las renovadas cantinas se irían posicionando dentro del imaginario popular de un estado tan cerrado como Yucatán; no obstante, hoy en día son un referente cultural tanto dentro como fuera de la península. Y esto se debe en gran parte a que muchos de sus propietarios en verdad creen en el poder transformador del arte y de la cultura. No es casualidad que, tanto la iniciativa privada como las instituciones públicas, establezcan alianzas y colaboraciones, al grado de que hoy nadie se extraña de ver los logos de una cantina en la cartelera de actividades culturales, ya sea como patrocinador, aliado o, incluso, como sede de algún evento artístico.

Este movimiento, a caballo entre lo contracultural y lo comercial, tiene menos de una década, ya que en tan poco tiempo ha logrado trastocar distintos órdenes sociales, convirtiendo a las cantinas en centros artísticos alternativos en los cuales se crea y se apoya una genuina cultura de la paz. La presencia femenina en los otrora espacios de machos irredentos ha cambiado para bien las cosas, ya que ahora ver a una mujer en una cantina se ha normalizado, y nos toca a nosotros ir comprendiendo nuevas, mejores y más sanas formas de convivencia, horizontales y equitativas. Pero bueno, este ya es otro tema, lo podemos platicar en la cantina. Yo pongo la primera, estimado lector…

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