Mientras desembalo mi biblioteca II
El poder de la pluma
Puesto que, si toda biblioteca es autobiográfica, embalarla se parece, en cierta manera, a hacer la necrológica de uno mismo.- Alberto Manguel
Existen lectores, como Borges, que se deshacen de sus libros. Los atesoran en sus memorias prodigiosas, pero no se los reservan como objetos. Por el contrario, existen lectores bibliófilos o bibliómanos, que no son otra cosa que coleccionistas. Tal es el caso de escritores como Walter Benjamin, Manguel y otros. Para un coleccionista, uno de verdad, existe una relación privada, íntima y personal con los libros que resguarda.
De tal manera que estos objetos no viven a través de él, sino es el lector el que vive en ellos. ¿Cómo podemos tardarnos horas, días, semanas e incluso meses en desembalar una simple biblioteca? Para alguien ajeno a este mundo resulta incompresible. Pero dicha operación manual oculta, en realidad, un proceso de introspección profunda que va más allá de poseer o acumular papeles impresos y encuadernados. Uno no desempaca libros, mas bien desenvuelve y revela su propia vida.
Tal o cual ejemplar dispara resortes neuronales que nos retrotraen a determinados momentos de nuestra existencia: aquel libro me lo regaló una fina dama; éste lo compré en uno de mis viajes; por esa edición no comí durante varios días; ése lo traje de otro país; el de aquí me lo dedicó un querido amigo; me acuerdo cuando leí éste en la plaza tal; estos otros me los robaron y tarde años en recuperarlos. Un largo etcétera de evocaciones puede sobrevenir mediante este acto en apariencia mecánico. Eso sin mencionar el reencuentro con las líneas o párrafos marcados, los cuales son capaces de hacernos ver nuestro pasado reflejado en el presente.
Otros libros -hay que confesarlo- aún no han sido leídos. Nos recuerdan -a veces- una asignatura pendiente; en otras ocasiones, un gusto fugaz jamás satisfecho. En el peor de los casos, estos remordimientos nos hacen retomar su lectura o, en su defecto, depurar la biblioteca sólo a lo verdaderamente esencial. Ciertamente, la aparición de determinados autores o títulos por lo general desemboca en la inmediata zambullida entre sus páginas, aunque en primera instancia sólo sea superficial.
En el caso del bibliófilo, es frecuente que la notoria acumulación provoque en propios y extraños algunas suspicacias. Si se da la ocasión, es mejor obrar como Anatole France, quien para las personas vulgares que admiraban su biblioteca y le hacían la tan manida pregunta tenía preparada la siguiente respuesta: “¿Y usted ha leído todos estos libros, señor France?” “Ni la décima parte. ¿Supongo que usted no usa su vajilla Sèvres todos los días?”.
En su libro, Manguel dice que “toda biblioteca es autobiográfica”, y que embalarla equivale a “hacer la necrológica de uno mismo”. Luego entonces, desembalarla nos lleva más allá: es un renacimiento intelectual y espiritual, pues, como el rocío matinal, no sólo nos refresca la memoria, sino que hace que florezcan ramilletes de recuerdos cada que un viejo libro resurge de una caja. En ese sentido, desembalar una biblioteca es darle una nueva vida al lector.