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Dentro de la temporada de premiaciones cinematográficas varias son las películas que han destacado tanto en los Globos de Oro como en los Critic´s Choice Awards, mismas que también alcanzaron nominaciones para los Oscar, cuya ceremonia será el próximo 9 de febrero. Sin embargo, una de las que más ha destacado es “Parasite”. Esta cinta de Corea del Sur viene a confirmar el buen momento por el que está pasando el cine de dicho país asiático, ya que tanto su director Bong Joon-Ho como su paisano, el realizador Hirokazu Kore-Eda, han entregado algunas de las piezas más brillantes del cine contemporáneo a lo largo de los últimos 20 años.

Desde la impresionante “Memories of murder” (2003), pasando por el cine fantástico y de horror con “El huésped” (2006), el thriller dramático “Madre” (2009), hasta el género de acción con “El expreso del miedo” (2013) y la ciencia ficción de “Okja” (2017), Bong ha demostrado amplio dominio de lenguaje cinematográfico sin importar el género del que se trate.

Lo cual queda fuera de duda ante el visionado de “Parásitos” (2019), tal vez su mejor obra -hasta ahora-, ya que en ella se encuentra contenido todo el aprendizaje de sus filmes previos, incluso transitando entre los distintos géneros que ha cultivado con anterioridad, para dirigir una historia que es una perfecta amalgama entre la comedia, el drama y el thriller. Si bien en el cine actual las fronteras hace mucho que se borraron o difuminaron, en esta obra maestra Joon-Ho deja claro que, a veces, el séptimo arte solo debe tener tres etiquetas: bueno, malo y extraordinario.

Este último adjetivo describe perfectamente una película cuya premisa principal es la de contarnos la historia de una familia cuyos miembros no tienen oficio ni beneficio, pero que cuentan con el ingenio y la voluntad de salir adelante para subsanar sus necesidades más básicas, aunque esto sea a través de la mentira y la estafa: aquí encontramos ecos de “Un asunto de familia” (2018), del mencionado Kore-Eda.

Lo que en principio parece una divertida trama de unos pícaros sin escrúpulos, paulatinamente se va torciendo hacia una zona gris, con giros dramáticos bien dosificados que se van presentando a fuego lento y que, uno tras otro, contribuyen al avance del argumento, con un guion que no deja de sorprendernos justo cuando creemos que lo hemos descifrado. Su mayor virtud son estas revelaciones que, a simple vista, nos impiden vislumbrar el desenlace que se avecina.

Mediante una excelsa fotografía y un cuidado diseño de arte, este filme logra con éxito conformar una crítica social, en donde la desigualdad y la lucha de clases ciertamente están presentes, evitando caer en el alegato o el discurso panfletario. Asimismo, la precisa cinematografía, en conjunción con una exquisita banda sonora, hace que cada plano y ángulo de la cámara hable por sí mismo, manteniéndonos al filo del asiento cada vez más intrigados e inmiscuidos en una narrativa visual que no dejará a nadie indiferente. Después de verla, uno siente que ha sido transformado por la experiencia, la marca de todo buen cine.

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