“Tokio blues”: estética de las grandes urbes

Rodrigo Ordóñez Sosa: “Tokio blues”: estética de las grandes urbes.

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Desde que Charles Baudelaire planteó en “Las Flores del Mal” y “Los Pequeños Poemas en Prosa” las figuras del spleen y paseante, resumió el alma de las grandes ciudades. El primer concepto supone un estado de ánimo imposible de definir, una mezcla de tedio, melancolía y desidia, que nos mantiene heridos y dolorosos e imposibilitándonos a concebir un poco de alegría. Ese estado del alma nos convierte en paseantes, pero no en sentido lúdico, sino como anónimos errantes entre las multitudes urbanas, observando a la sociedad sin perdernos en ella. Con estas ideas en mente abordé la novela “Tokio Blues” de Harumi Murakami.

Al entrar al mundo de Harumi Murakami nos encontramos con la noción de gran urbe, acompañada de un sentimiento de hastío y decepción que permeará en las relaciones sociales que establecemos, donde sostenemos un monólogo frente al otro, quien igual está enredado en su propio discurso, cumpliendo por inercia la norma social de hablar, aunque este diálogo carece de su función principal: comunicar, así, los personajes están inmersos en su incapacidad de encontrar las palabras adecuadas para expresar ese spleen baudelariano que les corroe la lengua.

La incomprensión inicia con el suicidio del mejor amigo de Toru Watanabe, protagonista de la novela, quien sin dejar razones, decide quitarse la vida encerrado en su carro, respirando el humo del motor. Sin embargo, hasta esta forma de morir aparentemente excéntrica, en realidad corresponde a una moda entre los jóvenes japoneses que decidieron suicidarse en grupos de la misma manera a finales del siglo pasado. En estas grandes urbes, no hay espacio para la originalidad.

El hastío del protagonista será una constante en sus relaciones sociales. Este bloqueo emocional no es un artificio literario, Tokio tuvo dos casos reales significativos: el asesino HelloKity mató y torturó a su víctima sólo para sentir algo; mientras que los asesinos de Junko Furuta alegaron que la torturaron 44 días nada más porque estaban aburridos.

Así, Toru deambula siempre entre el hastío y la melancolía ocasionados por su creciente decepción de la sociedad. Este estado emocional evitará que averigüe los nombres de las personas, simplemente los bautizará con un apodo basado en una característica: Tropa de Asalto, Uniforme y Escuela Militar de Nakato, son ejemplos de lo anterior. Ninguna relación de empatía, simplemente existen porque realizan una función, y, al desaparecer, otro ocupará su lugar, siempre habrá un reemplazo, tal como lo dicta la lógica urbana.

Finalmente, el amor lo compartirá con dos mujeres completamente distintas entre sí: Naoko y Midori. Estas relaciones servirán para acentuar la decepción que tiene no sólo ante la vida, sino también ante los movimientos estudiantiles de su tiempo. Como bien señala el autor, este recorrido trata del tiempo perdido, de nuestros muertos y sobre quienes nos abandonaron, cómo estos elementos serán un puente para relacionamos dentro de una ciudad que se esfuerza por hundirnos en el anonimato.

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