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Creo que a todos nos sucede igual, nos acostumbramos a vivir de esta forma. A lo largo del camino de la vida, llevamos una carga permanente, una maleta de viaje en la que van metidas todas nuestras equivocaciones, errores, malas decisiones. Cosas que por algún motivo nos han hecho sentirnos arrepentidos en algún punto de la vida.

A veces no nos damos cuenta hasta que ha transcurrido mucho tiempo, pero inevitablemente, para todos, esa maleta va llenándose y volviéndose más pesada, más grande con el paso del tiempo.

En esta maleta -la mía-, guardo mis culpas, arrepentimientos, todas las emociones que surgen por las oportunidades que dejé pasar, errores de juicio que cometí, todas esas veces en las que me dejé seducir por mi debilidad o mi egoísmo. Cada vez que actué mal, aun entendiéndolo. Todas las veces en las que yo mismo me hice daño, consciente o inconscientemente.

Porque todos llevamos esta faceta, esta dualidad, esta versión de uno mismo en la que lo que resalta realmente es nuestra pequeñez, nuestra debilidad, nuestra mezquindad. Esa parte que seguramente no nos gusta de nosotros mismos y en las que tal vez no nos queremos lo suficiente y nos castigamos de una manera tan injusta como innecesaria.

Hace algún tiempo, para mí llegó el punto en el que esa maleta metafórica se volvió tan pesada, tan difícil de manipular, que me dejó ahí, varado a la mitad del camino, anquilosado, inerte. Y ahí de pie, con mi enorme maleta, observando al mundo girar a mí alrededor, paralizado en medio de la nada me vi obligado a mirar atrás, a echarme un clavado profundo entre todo eso que venía cargando y, ahí, justo en ese momento, comenzó un largo proceso de autoconocimiento, de enfrentamiento, pero, sobre todo, de perdón.

Cuando regresas tratando de identificar en dónde fue que arruinaste las cosas, hacer el postmortem de esa parte de tu vida; identificar exactamente en qué te equivocaste no es lo más complicado. Lo difícil realmente es perdonarte. Perdonar no es fácil, mucho menos cuando se trata de perdonarte a ti mismo. Cuando nos enfrentamos al espejo, no existen los chantajes, ni los argumentos que apelan al sentido romántico de perdonar a aquellos a los que amamos. Porque esa es una de las trampas de nuestra conducta, solemos ser mucho más duros con nosotros mismos que con los demás, nos exigimos más, nos reprochamos más, por el mismo motivo por el que a veces nos puede costar trabajo amarnos a nosotros mismos más que a los demás.

Me llevó mucho esfuerzo y mucho tiempo comenzar a deshacerme de tantas cosas que cargaba en esa maleta. Te mentiría si te dijera que hoy ya no siento su peso, porque sí, por supuesto que aún pesa. Sin embargo, creo que ya no es una carga que me impida continuar con mi camino. Quedan aún muchas cosas por resolver y seguramente el peso de la maleta seguirá cambiando día con día.

El perdón es una tarea de amor y entendimiento. Amor y entendimiento que habremos de procurar para nosotros mismos, un proceso permanente e interminable para permitirnos seguir andando.

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