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Me ocurre más frecuentemente de lo que me gustaría, pero es común que a la mitad de la noche me despierte por cualquier cosa; cuando me doy cuenta ya tengo una idea recurrente en la mente, el comité entra en sesión y no hay forma de interrumpirlo. Me es prácticamente imposible recuperar el sueño.

¿Te ocurre algo similar? Ya sé, somos todos tan distintos, pero a la vez somos iguales; vivimos de lo mismo, nos persiguen los mismos fantasmas. Es curioso cómo funciona la mente, siempre tenemos una idea, una imagen, una persona, una ausencia que nos persigue y de la cual es muy difícil liberarnos. Quedamos atrapados en ciclos que se repiten una y otra vez.

Pasa algo similar en las redes sociales; tengo un amigo que canceló su Twitter. Dijo sentirse agobiado porque solo había discusiones políticas en su feed. Lo que no entendió es que son los propios algoritmos los que se encargarán de presentarte el tipo de contenido al que dedicas más tiempo, con el que muestras mayor interés. Si solo lees, contestas, compartes temas de política, Twitter te mostrará mayormente publicaciones de ese mismo tema.

Algo similar ocurre con nuestra mente. Y es justo ese tema que nos persigue que encuentra la manera de inmiscuirse en cada espacio disponible que le des. Me ocurre a la mitad de la noche sí, pero también cuando estoy manejando, cuando saco a caminar a mi perro, cuando lavo los trastes… de pronto me doy cuenta y ya está nuevamente en mi cabeza.

Mi amigo Rafa lo llama “El efecto del vocho amarillo”. Él dice que difícilmente notarás la presencia de un vocho amarillo en las calles de la ciudad, hasta que compres uno, entonces comenzarás a ver vochos amarillos por todos lados.

Poco me ayuda ser ese tipo de personas que tienden a comportamientos obsesivos, mi vida transcurre rodeada de vochos amarillos que me persiguen. No quiero decir que todos sean negativos o positivos necesariamente; simplemente son, están, son innegables.

Cuando era niño no me gustaba el humo del cigarro y entonces cambiaba mi lugar en la mesa cada vez que alguien encendía uno y el humo venía en mi dirección. Mi papá solía decirme: “A lo que te resistes, persiste”. Yo sentía que el humo del cigarro me perseguía a donde fuera que me sentara en la mesa.

Es lo que pasa con los pensamientos que nos persiguen, que no nos sueltan hasta que eventualmente nos presentan un reto, una tarea que debemos superar y a la que, por supuesto, nos resistimos.

A veces la respuesta para dejar atrás estos temas que nos persiguen está simplemente en aprender a aceptar que la realidad no siempre es como quisiéramos que fuera. Aceptar la idea de esa persona que decidió irse de tu vida, aunque tú no quisieras. Aceptar el riesgo que implica ese proyecto que tanto miedo te implica iniciar o quitarle el poder a ese recuerdo que te atormenta llenándolo de olvido.

Por eso llevo semanas despertando a medianoche pensando en lo mismo. Por eso mi algoritmo me lleva de vuelta a esa idea que me persigue una y otra vez, hasta que logre resolver la encrucijada.

Estamos condenados a ser esclavos de nuestros pensamientos, hasta que logremos dejar de resistirnos a ellos. Hasta que logremos liberarnos de lo que nos persigue.

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