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Hace unos meses decidí abrir mi perfil en redes sociales (@sergio_escribe), y al hacerlo, me enfrenté a una difícil decisión. Cuando vas estructurando la página tienes que definir el “perfil” de la misma y solo encontré una categoría relativa a la escritura, así que debajo de mi nombre ahora aparece la leyenda: “Escritor”. 

Cómo me cuesta trabajo referirme a mí mismo de esa forma, a pesar de ser y hacer eso; escribir. 

Cuando era niño jugaba a que escribía. No escribía, pero fantaseaba con hacerlo. Recuerdo con mucha claridad el estudio de mi padre, un escritorio que no era viejo, pero parecía serlo, con la luz sobre el papel y su cigarro sobre el cenicero, su silla color vino y sus letras… Hojas y hojas de papel con pedazos de canciones. Tal vez por eso fantaseaba con hacer lo mismo. 

A lo largo de mi vida he escrito con diferentes voces, desde diferentes lugares. He escrito para medios físicos y digitales, he pasado por la narrativa, el cuento, la poesía, la reseña, la editorial. He colaborado en revistas, periódicos, blogs, talleres. Sigo buscando formas, sigo descubriendo voces e ideas desde mi interior. Sigo buscando. Así, nada más. 

Sin embargo, a pesar de una larga vida de cercanía con las letras, nunca me sentí cómodo con la idea de llamarme: Escritor. Hay una parte de mí que se resiste a hacerlo y con la que batallo constantemente. 

A veces recibo mensajes de personas que no conozco, conmovidas, identificadas o interesadas en alguna idea sobre la cual escribí y eso, en su simpleza, me hace sentir que vale la pena incluso para comerme la vergüenza de autonombrarme escritor, aun sin serlo. Pienso en como Xavier Velasco se refiere a sí mismo en su libro “El último en morir”, donde narra sus aventuras escriturales antes de publicar su primer libro y se proclamaba: el novelista sin novela. 

Me gusta escribir a pesar de mis propias limitaciones y entiendo y acepto los tropiezos y desventuras de los cuentos, historias y novelas en las que trabajo. Sé que aún requiero de tiempo y esfuerzo, de escribir mucho más, antes de lograr obtener un resultado que francamente a estas alturas no sé si llegará. 

Mientras tanto seguiré escribiendo, aunque me salgan ronchas cuando vea en mi perfil la descripción: “escritor”. 

La leyenda no me enorgullece ni me engaña. Escribo porque me gusta, porque disfruto hacerlo, me encanta sentarme a trabajar en esta columna y compartir ideas, emociones y pensamientos. 

Sé que el síndrome del impostor nos persigue a todos. En mi caso, tal vez llegue el día en el que encuentre mi nombre en la portada de algún libro y entonces me suelte, porque así trabaja el embrujo de sentirme un impostor de las letras en la conciencia; opera de manera perversa, dubitativa, oportunista, cuestionándome constantemente. 

No sé si soy un escritor. Pero si sé que escribo. 

Escribo porque al hacerlo descubro cosas de mí y de la vida que baila a mí alrededor. Porque para mí escribir es al mismo tiempo espejo y ventana. 

Escribo porque hacerlo me permite entender la realidad que construyo y sobre la cual amarro mi destino. Ato mis sueños y fantasía de niño con un propósito de vida que encuentra a través de las letras su cauce. 

Escribo para ser.

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