Derechos humanos a la escuela (II)
El Poder de la pluma
Los docentes que peinan sus canitas recuerdan con nostalgia la forma en la cual fueron educados, los resabios del lacansterismo en su máxima expresión: ayuda mutua, castigos morales (orejas de burro) y rígidas disciplinas sobrevivieron por endosimbiosis en los modelos educativos posteriores; ni el constructivismo, el enfoque de competencias o perspectivas de interculturalidad han logrado su desaparición total, como animal nocturno y escondido se encuentra al acecho.
La regla de madera para golpear y el borrador lanzado con certera puntería de pitcher de ligas mayores se convertían en armas de castigo por bajos desempeños y comportamientos malvados. “Aun así amábamos la escuela y a los maestros”, me ha confiado un mentor entrado en años.
En la actualidad la regla y el borrador se han modernizado, ahora el castigo son los puntajes: “Si no entregas tu tarea a tiempo, te bajo puntos”.
Todo cuesta puntos menos: llegar tarde al aula, hablar sin permiso, platicar en la disertación magistral. Los puntos califican aprendizajes y conductas, todo esto en contraposición con el artículo 12 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Seguimos sumando con actitudes discriminatorias en expresiones: eres tonto, tu flojera es congénita, si eres pobre no es mi problema, los de atrás son los fracasados, esto no es guardería, tengo puros ninis, y de ahí al infinito.
Una de las reglas del aprendizaje es la de aprender a desaprender, no es fácil pero sí es posible; uno de los primeros pasos es reconocer el andamiaje ideológico en el que fuimos formados para poder sustituirlo por un modelo educativo enfocado en el respeto y la paz.
Este modelo es la educación comprensiva, basada en el enfoque del respeto de los derechos humanos plasmados en la Constitución y adicionados a las políticas educativas que todavía no son expresadas en toda su dimensión.
Es ineludible mencionar que somos un país de desigualdades, las brechas son inmensas y todas estas asimetrías tienen presencia en el salón de clases, en donde el docente se enfrenta diariamente a grupos formados por medio centenar de alumnos (aclaro: pienso en escuela pública de educación media superior), donde la capacitación de los maestros en la aplicación de los derechos humanos en diversas áreas del aprendizaje haría más placentero el oficio.
La preocupación gerencial de los planificadores en educación es vincular el aprendizaje a la vida real y al contexto vivencial del aprendiz; parece fácil pero en la práctica se encuentran dificultades.
Los derechos humanos, como eje educativo, logran despejar el camino de dificultades al configurar actitudes basadas en la tolerancia y el respeto, alentando el diálogo en ambos sentidos, docente y alumnos.
Las actitudes socioemocionales, ahora de moda en el terreno educativo, adolecen de esta perspectiva, de ahí que resulten aburridas y frustrantes para los educandos y para los docentes.