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Aquí la mítica Torre de Babel no causó diáspora por la confusión del lenguaje, no, Dios esta vez se mostró impasible y hasta amoroso y dio permisión de cálida noche en donde poetas de lenguas extrañas, culturas diversas y hasta teologías distantes se reunieran para entablar diálogos en versos.

La multiculturalidad, producto de la globalización, dio muestra de que la poesía es algo más que estética.
La Torre de Babel, proyecto organizado por el Ayuntamiento de Mérida y la Universidad Modelo, celebró su segunda edición dentro del marco del Mérida Fest.

La invitación a participar en el evento fue verdadera sorpresa, ya que se me ha considerado no meridana, eso creo, a lo mejor estoy equivocada; la verdad soy migrante interna por diversos motivos y vivo en el sur invisible. No es nada extraño, todos somos migrantes aun dentro de nuestro propio hogar.

A Lamiae El Amrani, poeta árabe marroquí, la conocí por su proyecto de traducir algunos de mis poemas a su lengua materna, el árabe, aunque el infausto burocratismo cubierto de nailon impermeable no concretó la idea; como ella misma dijo: nada se ganó, nada se perdió.

Lamiae es una errabunda global, tiene estancias en muchos países europeos, el amor la tiene detenida en esta costra pétrea. Su dedicación a la docencia está creando una generación de aprendices con otras dimensiones globales donde la literatura, narrada o en verso, camina a pasos de marchistas.

Porque, si usted no lo sabe, Lamie El Amrani tiene libros en árabe y castellano y es conferencista en medio globo terráqueo, pero ella vive entre nosotros. “Sus alas amanecen rotas/ y la bandera negra ondeando/ La ilusión la ha abandonado/ su vida se ha enterrado/ bajo estos gritos/ bajo estas sábanas que alguna vez/ que alguna vez la acariciaron…”.

En el emblemático parque de Santa Lucia, el de los jueves de serenata, nos reunimos frente a un público multicultural: chinos, coreanos, árabes, estadounidenses, canadienses, portugueses y ningún maya yucateco; una poeta árabe, un estadounidense yucateco, jóvenes estudiantes chinas y yo, una maya que a veces hago poesía y hasta la publico.
Jonathan Harrington es un académico de amplio curriculum vitae metido a poeta, él mismo se autocalifica como yuca-gringo.

Es un migrante obligado por la polución citadina de las grandes urbes del tío Sam; vive en Xpakay, cerca de Ticul, y su poesía es vivaz y campiñera; mi ausente amigo Raúl Renán, el de la escritura fantástica, decía de Harrington que sus versos adquieren mayor libertad al hacer de la frecuencia una metáfora cotidiana.

Las jóvenes chinas participantes en el evento recordaron a su lejano país, y su pueblo al que regresarán después de concluir sus estudios en el Instituto Confucio de la UADY.

Por algunos instantes, en su participación, recordé el furusato japonés. Por un momento rememoré a mi pueblo natal, del que me aleja el trabajo cotidiano.

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