Cardenal, sacerdote y profeta
El poder de la pluma
El corazón revolucionario de Sandino en Nicaragua logró reverdecer los afluentes de esperanzas para esta Latinoamérica rebelde en sus entrañas, el pensamiento profético de la Teología de la Liberación era faro de seguridad que iluminaba a los espíritus insurrectos que navegaban con las armas en la mano en aguas procelosas contra un capitalismo inhumano y explotador. En esos ayeres, la figura de Camilo Torres, cura y guerrillero colombiano, defendía el verdadero cristianismo revolucionario a ritmo de balas contra la tiranía de los poderosos, levantó luces rojas en la clase eclesiástica medradora del poder.
La iglesia revolucionaria tenía representantes en la iglesia de los pobres, un movimiento social y eclesial con enfoque de cambio, surgido de las entrañas del pueblo; el padre McKenna, en Guatemala; el mártir Arnulfo Romero Arias, asesinado en El Salvador; Leonardo Boff, en Brasil; el cura rojo Sergio Méndez Arceo, en Cuernavaca; el gran tatic Samuel Ruiz, el alma verdadera del levantamiento armado del zapatismo, y, ahí agazapado, con su oración dirigida a Dios y clamando bendiciones para Marilyn Monroe, estaba Ernesto Cardenal en Nicaragua.
Todos estos representantes de cristianismo liberador surgidos bajo la visión del papa Pablo VI y expresados por los documento de Puebla, se convirtieron en el eje rector de una iglesia visionaria y profética, capaz de actualizar a una ecclesia artrítica y menopáusica e incapaz de parir nuevos cristianos como hizo la vieja Sara, la mujer de Abraham. La iglesia popular se nutría con fervor hasta la llegada del anticomunista Juan Pablo II, que de la mano del cardenal Joseph Ratzinger, atacó a la iglesia popular brutalmente de manera perversa y sin contemplación, desvirtuándola con el calificativo de marxista.
El ataque fue severo de tal manera que desapareció a esta visión de la iglesia real surgida de las entrañas populares; Ernesto Cardenal y Leonardo Boff conocen de esos infortunios. Ambos con sentido profético señalaron la violación de los derechos humanos de los miembros del cristianismo. La afrenta recibió reacción y el profeta nicaragüense y el brasileño fueron castigados por Juan Pablo II con suspensión “A divinis”. Para que esto se entienda en sentido práctico, la analogía sería el retiro de mi cedula profesional o la prohibición de escribir. El sacerdote y poeta Ernesto Cardenal lo resistió y, desde su Solentiname, esperó su reivindicación, que provino recientemente del papa jesuita Francisco. El gesto es simbólico, porque Cardenal, con la reivindicación o sin ella, morirá amado y en paz consigo mismo.
El poeta ya centenario se mantiene fiel a su pueblo, actualmente no goza del total aprecio del presidente Ortega, su ex compañero de armas; países admiradores de su obra le han ofrecido salir de su tierra para recibir tratamiento de las dolencias propias de su edad. El poeta sigue fiel a Nicaragua.