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Tengo algunos meses de ausencia del estado, pero me he mantenido informada de lo que sucede en el terruño, y como colación he escuchado de viva voz la opinión que la gente foránea tiene de nuestra entidad, y vale mencionarlo con mayúsculas: existe un asombro por lo que está sucediendo en Yucatán: frente a la violencia e inseguridad que como mancha procaz se extiende por el país, nosotros estamos en una isla donde barruntos se encuentran controlados; merced a ese clima, las inversiones criollas y extranjeras son tan frecuentes que han dejado de ser noticia.

Los augurios son buenos y crecerán de forma positiva a medida que se vayan concretando los proyectos de crecimiento. Frente a esta modernidad me salta una enorme preocupación. Esta vorágine de inversiones está encaminada a buscar anclas en las zonas urbanas de la capital o sus conurbaciones y los dueños de capitales se olvidan de que en las zonas rurales de Yucatán existe un enorme potencial de riqueza y mano de obra de sobra.

Esta mano de obra no se ha utilizado en su especialidad, la industria manufacturera ha realizado algunos intentos de emplearla, pero estas empresas son de piel tan sensible que a cualquier modificación en el entorno nacional e internacional cargan con sus chivas y desaparecen.

Creo que cada quien con su vocación, así en las zonas rurales las industrias con o sin chimeneas no son el fuerte de los jóvenes y adultos; en esas geografías hay que incentivar la producción de alimentos y el fomento de industrias comunales que se conviertan en escuelas de aprendizaje sobre el manejo científico de productos que tengan valor agregado en el mercado nacional e internacional. En las zonas rurales la predominancia de la cultura maya es visible y palpable y ellos viven bajo el dominio de su patrimonio intangible, no existe actividad que no se encuentre comandada por su pensamiento ancestral. Basta observar cómo los descendientes de mayas, hagan lo que hagan, siempre regresan para la siembra del maíz y la razón es que el maíz es una planta que necesita de la mano del hombre para poder reproducirse, pero el daño al ecosistema para la preparación de la milpa es inmenso.

Pregunto: ¿cómo hacer para no desplazar la milpa anual y encaminar el pensamiento de producción de alimentos a gran escala? Creo que es posible que los usos y costumbres, como patrimonio cultural, convivan con la modernidad. En la educación está la llave. Si se fracasa, la migración rural hacia las zonas metropolitanas será numerosa. Los pueblos fantasmas del oriente son las mejores evidencias, los jóvenes, cansados de esperar la fortuna negada, emigraron hacia la Riviera Maya y sobreviven con salarios de hambre, pero al menos están con vida.

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