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Veintiséis años parecen nada, pero en realidad son un buen trecho de vida, esta es la edad del levantamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional; fue en febrero de 1994 cuando el EZLN, formado por indígenas chiapanecos, cimbró los cimientos del TLC, ahora convertido en nuevas siglas sin significado trascendente para el comercio del país.

En viajes posteriores a esas zonas liberadas por los indígenas aún en pie de guerra logré ir armando todo el periplo que siguieron esos hombres que, para no abandonar el siglo XX sin un grito de rebeldía, agarraron sus viejos fusiles de cacería y tomaron las ciudades galardones de los blancos y ladinos; el ¡nunca más! se escuchó en todos los confines de este pequeño y agonizante planeta y granjeó simpatías de todos aquellos soñadores en un mundo mejor.

Los hombres con pasamontañas ondeando la estrella roja sobre un fondo negro levantaron el ánimo de los desanimados. Por esos caminos anduvieron hasta llegar al Congreso nacional, ahí se consumó la farsa de la dignidad indígena, los detentadores del poder prometieron mucho en el océano de la oratoria y los buenos deseos, pero la pesca fue medida y coartada.

Caminar por esos parajes me recuerda mis años cuando comenzaba a andar en este camino de la literatura, allí en lo alto un cartel construido en madera informa: “Está usted en territorio rebelde zapatista” y prosigue con: “Aquí el pueblo manda y el gobierno obedece”. Esta frase la he escuchado ahora muchas veces en diferentes voces, pero me suena tan distante y con olor a demagogia.

Lo ganado fue poco, pero al fin algo es algo; con el último levantamiento indígena armado, se iniciaron una serie de edificaciones legislativas que favorecen a las comunidades indígenas nacionales. Situaciones de exclusión y explotación fueron reconocidas y se realizaron las modificaciones legislativas para proteger a esta población vulnerada. Uno de los patrimonios culturales que han merecido especial atención son las lenguas indígenas mexicanas, estas manifestaciones culturales lingüísticas están en franca fragilidad, las políticas asimilacionistas practicadas por las instituciones educativas y otros organismos políticos han provocado que la castellanización emplace al español como la lengua dominante.

En 2001, como resultado de la movilización de los pueblos indígenas demandando la legislación de los “Acuerdos de San An-drés”, se reformaron los artículos 1, 2, 4, 18 y 115 de la Constitución mexicana. En 2003 se promulgó la Ley General de Derechos Lingüísticos de los Pueblos Indígenas, que establece las garantías para ejercicio del uso de las lenguas indígenas nacionales: “je’ex le káastlan t’aano’, utia’al je’e ba’axak k’aabet u beeta’ale’, bey xan utia’al u k’áata’al wa b’aal, meyajo’ob yéetel u ts’a’abal ojéetbil ba’al ti’ tuláakal máak”. Aunque es letra muerta, también se indica que en los niveles educativos medio superior y superior se debe fomentar la interculturalidad.

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