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Las ruinas de la modernidad dispersas en el sureste y península yucateca son recuerdos de la época refulgente de los ferrocarriles. Alrededor de las líneas ferroviarias se tejieron historias míticas de los hombres del riel en su feroz lucha contra la exuberante selva sureña. Nada detuvo a los ferrocarriles hasta que apareció un enemigo implacable: el neoliberalismo; este modelo económico mandó a los trenes del sureste a dormir el sueño de los justos.

Sexenios seguidos por otros proyectaron revivir las glorias en el porvenir, proyectos y más proyectos, hasta que al fin se concretó la construcción del Tren Maya. Este es el megaproyecto más ambicioso realizado en la península, su costo financiero es una fortuna para una economía debilitada por la pandemia imperante, la inversión es fuerte, pero necesaria si se desea abatir el trecho de desigualdad entre el norte y el sur de la república.

La benevolencia del TM reside en su sustentabilidad integral ecosistémica, sus efectos positivos comienzan a sentirse; señalo como ejemplo los 36,859 empleos directos que han generado los tramos en construcción de la vía férrea. Contar con empleo en esta contingencia del Covid-19 resulta un apoyo para miles de familias que encuentran en el salario su forma de subsistencia.

La aceptación de la población circundante al proyecto es amplia. La empresa Buendía y Laredo ha realizado recientemente una encuesta que arroja resultados amplios de aceptación, un 70 por ciento de los encuestados está de acuerdo con la construcción del ferrocarril, un 13 por ciento no lo acepta y un 12 no tiene opinión. En Yucatán, donde grupos inconformes tienen detenidos los tramos de las estaciones de Chocholá, Izamal y Mérida, la encuesta señala que ocho de cada diez habitantes están a favor de la obra, la opinión favorable de los encuestados se funda en beneficios como: generación de empleos, reactivación económica, fomento al turismo y movilidad de pasaje y carga.

Los renuentes al proyecto aducen que la información sobre el impacto ambiental del megaproyecto en los ecosistemas que circundan esta anhelada infraestructura no es transparente y está incompleta. Aunque hay que considerar que los ausentes en inconformidades son los verdaderos indígenas mayas asentados en el trayecto de la vía férrea y es precisamente ese silencio, de gobierno y actores directos, lo que los blancos y dzules disconformes interpretan como desacuerdo de los supuestamente afectados y estos activistas, basados en la desinformación y preocupación por posible daño a la cultura étnica, se han alzado lanza en ristre para detener legalmente la construcción del proyecto insignia del gobierno federal. Amparo tras amparo y al grito de ¡descarrilemos el tren! han esgrimido una estrategia legal concretada en una suspensión de las obras en algunos tramos del tendido de vía (Continuará).

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