El dolor no importa
El poder de la pluma
Desde mediados de los ochentas, en la televisión comenzaron a menudear los programas de análisis financiero. Muy limitados entonces, se concentraban en infundir entusiasmo por las ganancias de las inversiones bursátiles. Tiempo después, con la reprivatización de los bancos, su publicidad y la de las nuevas casas de bolsa se sumó a esta difusión pública del dinero y la maravillosa aspiración de tenerlo. Antes de causar costumbre, era un poco raro. En el México previo, los asuntos del dinero personal no se discutían en los medios de comunicación, pues la estética social prescribía que fueran tratados más bien con cierto pudor.
No se trató de una moda, era un cambio con el que se prescribía que las personas debían establecer una relación de deseo básico con el dinero, a la cual supeditar cualquier consideración. El neoliberalismo construía su ideología, y todo lo humano debía verse a través del cristal del objetivo social de generar inmensas fortunas privadas. Y así fue.
La solicitud de López Obrador de una disculpa de España por los abusos cometidos durante la conquista produjo, entre otras cosas, una exhibición sin pudor de la valoración que muchos mexicanos hacen de las atrocidades de esa invasión: no tienen ninguna importancia. Así eran las cosas entonces y gracias a eso yo estoy acá. Eso es todo.
Observo cosas semejantes en discusiones de diverso tipo con personas de diferentes creencias. Debe autorizarse matar a un desconocido que entra a casa ajena. Si no era peligroso, ni modo. A los inmigrantes centroamericanos hay que deportarlos sin piedad. Si ahí los matan, ni modo. La tortura está bien porque permite encontrar criminales. Si a algún inocente se le torturó, ni modo. A los narcotraficantes y secuestradores hay que matarlos. Si linchan a algún inocente, ni modo. Hay que vengarse de los malditos del anterior gobierno. Si entre los despedidos actuales abundaban los trabajadores honestos, ni modo.
Estos ejemplos pueden multiplicarse hasta el infinito, y encontrarse en distintos rumbos del espectro ideológico y político. Hoy, para muchos, el dolor ajeno, presente o pasado, es una consideración secundaria, si acaso lo es, en el logro de objetivos y satisfactores. Si para que yo viva en paz, si para que tenga más objetos, si para que crea que se hace lo correcto en el gobierno, alguien tiene que perder su empleo, quedar sin pensión, perder su casa, o ser asesinado, no importa. Mi satisfacción bien lo vale.
La centralidad del dinero en la realización personal, de la que se nos viene convenciendo hace dos generaciones, está haciendo sentir sus efectos. El individualismo y la dureza humana que requiere me explican la gala de insensibilidad ante el dolor ajeno a la que asistimos todos los días.