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La sociedad mexicana se encuentra en pausa democrática. Durante décadas cultivó la convicción de que un cambio en el régimen político significaría otros en lo económico y en lo social, con los que las grandes iniquidades del sistema construido y encabezado por el PRI se verían superadas o al menos significativamente atemperadas. Sobre esa base, el triunfo de Vicente Fox en la elección presidencial de 2000 generó enormes pero disímbolas expectativas que no fueron satisfechas. La renuncia del nuevo presidente a sentar las bases constitucionales e institucionales de un nuevo sistema político dieron lugar a severos problemas y conflictos estructurales en el gobierno en su conjunto. La intención de sostener un nuevo régimen en el andamiaje del viejo resultó en una notable ineficacia administrativa, que con el paso de los años se fue cubriendo de capas cada vez mayores de corrupción.

Frente al fracaso institucional, el grueso de los electores ha venido buscando en grandes dirigentes la capacidad de reordenar el sistema y proporcionar a la sociedad diversos servicios que se espera recibir del gobierno. Sistemáticamente, distintos actores políticos alimentaron el descrédito de las diversas instituciones de cualquier democracia, es decir, las cámaras, los partidos políticos y las autoridades electorales, generando con los años un rechazo amplísimo hacia ellas. Entusiasta e inconstante, allende la ruptura de ilusiones en que terminó la alternancia política, la sociedad se ha volcado con creciente entusiasmo sobre diversas figuras individuales como el propio Fox, Peña y López Obrador. El momento actual, como unánimemente señalan las encuestas, es el de un intenso apoyo al actual presidente, que se mantiene como figura central de la política en el país. Este protagonismo es, por su parte, el elemento que marcará la disputa electoral que ya se avecina.

En días pasados se anunció la próxima emisión de la convocatoria para elegir a los nuevos consejeros del INE a nivel nacional. No se trata, técnicamente, del inicio del proceso electoral de 2021; pero, en los hechos, es el primer momento crítico de la próxima elección. El conjunto de los electores, sin embargo, es ajeno a ello. Ni ellos ni las demás instituciones de la democracia estarán en el centro de la atención pública. Votantes y partidos políticos centrarán sin duda su atención en el presidente, para exaltarlo o denostarlo, y la elección legislativa será un corolario de las convicciones que cada elector tenga sobre él.

A más de cuarenta años de la apertura electoral y legislativa del viejo régimen, los ciudadanos seguirán decantándose a favor o en contra de un campeón, sin mirar apenas a los partidos y a los legisladores a quienes darán su voto. En la pausa democrática, la elección de diputados poco tendrá que ver con ellos.

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