Escribir: una maldición que salva
Verónica García Rodríguez: Escribir: una maldición que salva
Escribir es una maldición que salva. Es una maldición porque obliga y arrastra, como un vicio penoso del cual es imposible librarse. Y es una salvación porque salva el día que se vive y que nunca se entiende a menos que se escriba Clarice Lispector
“Cuando Dios creó los cielos y la tierra, todo era confusión y no había nada en la tierra. Las tinieblas cubrían los abismos mientras el espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas. Dijo Dios: ‘Haya luz’, y hubo luz. Dios vio que la luz era buena, y separó la luz de las tinieblas. Dios llamó a la luz ‘Día’ y a las tinieblas ‘Noche’. Atardeció y amaneció: fue el día Primero”. Y con el primer día, tuvimos la palabra, la palabra capaz de crear la luz y el oficio de poeta, que por mandato divino se nos dio a través de Adán: el arte de nombrar las cosas.
“En el principio fue el verbo y el verbo estaba con Dios y el verbo era Dios”, nos reitera San Juan en su Evangelio. La palabra, cuyo poder puede dar vida a la luz y oscuridad a la vida, es la misma que puede usarse para crear reyes o destruir imperios. Es así la pluma más poderosa que la espada, pues quien domine la pluma, dominará la palabra.
Los mayas sabían de ese poder, por eso con la palabra ofrendan a sus dioses. Así como temen pronunciar el nombre de seres malignos o situaciones siniestras para que no se hagan presentes. Platón también advierte del peligro que representa la palabra con la escritura, al darle más valor a ésta que al conocimiento de quien escribe. En uno de sus diálogos, leemos que Sócrates dice a Fedro:
“—Porque es que es impresionante, Fedro, lo que pasa con la escritura, y por lo que tanto se parece a la pintura. En efecto, sus vástagos están ante nosotros como si tuvieran vida; pero, si se les pregunta algo, responden con el más altivo de los silencios. Lo mismo pasa con las palabras. Podrías llegar a creer como si lo que dicen fueran pensándolo; pero si alguien pregunta, queriendo aprender de lo que dicen, apuntan siempre y únicamente a una y la misma cosa. Pero, eso sí, con que una vez algo haya sido puesto por escrito, las palabras ruedan por doquier, igual entre los entendidos que como entre aquellos a los que no les importa en absoluto”.
Platón temía que la escritura provocara el desuso de la memoria, y no se equivocó, dejamos de confiar en la oralidad, en la palabra del otro e incluso en la nuestra. Escribimos para no olvidar y para que no nos olviden. Sin embargo, la palabra cobró un nuevo poder al escribirse; primero, con la pluma, luego con la imprenta y, ahora, con las nuevas tecnologías.
La palabra escrita nos permite recuperar ese poder que se nos dio en el origen, darles nuevos nombres a las cosas, construir nuevos mundos y recrear emociones. Los escritores bien lo sabemos, aunque no sepamos del todo si fue una maldición o si la palabra nos encontró para salvarnos.