Regreso a clases presenciales
Verónica García Rodríguez: Regreso a clases presenciales
El pasado mes de septiembre, los maestros y algunos alumnos regresaron a las aulas de manera presencial en medio de críticas, reclamos, advertencias y temores. Las escuelas, cerradas por más de año y medio, tuvieron que adecuarse en aproximadamente quince días, los cuales, en muchos casos, no fueron suficientes. La instrucción de las autoridades educativas fue poner en marcha un modelo mixto o híbrido que dividiera a los estudiantes que eligieron, junto con sus tutores, asistir a la escuela, para cuidar la sana distancia en aulas. Esta situación llevó a los maestros a organizarse por días para atender a los dos grupos presenciales y a los que seguían a distancia; además de implantar un protocolo de salud que detectara síntomas en alumnos y padres de familia que ingresaran al plantel.
Lo cierto es que si ya la pandemia, en sus momentos más álgidos, había puesto al descubierto las carencias del sistema educativo ampliando la brecha social existente entre los niños mexicanos, regresar a las aulas significó encontrarse con escuelas sin internet, sin energía eléctrica, sin agua y sin recursos para solventar los insumos más mínimos. Sin embargo, los docentes fueron instados a ejercer su vocación, a resolver la situación con lo que tuvieran al alcance y, desde luego, con su mejor actitud.
Las escuelas privadas invirtieron grandes recursos para adquirir e instalar el equipo necesario para sanitizar espacios, llevar a cabo rigurosos protocolos de acceso y transmitir las clases a los alumnos en línea y a los presenciales de manera simultánea. Algunas escuelas públicas, ubicadas en zonas urbanas de cierto privilegio, pidieron colaboración, e incluso mensualidades, a los padres de familia para instalar varios módems que les permitiera acercarse al servicio educativo privado.
Sin embargo, las escuelas rurales continuaron con las mismas dificultades. La estrategia sigue siendo la misma del curso anterior: envío de tareas por WhatsApp. Mientras, los alumnos presenciales, en los pocos días que asisten, han tenido que resentir la ausencia de los maestros infectados por Covid-19; así como los docentes, la crítica social que piensa, una vez más, que no quieren trabajar.
Los maestros continúan intentando resolver las carencias del sistema, trasladándose a sus escuelas donde no hay condiciones para el trabajo educativo, pagando datos móviles para cumplir con el compromiso vocacional que adquirieron al asumirse docentes, y todo esto, con posibilidad—porque ya ocurrió— que todos los alumnos, presentes, intermitentes y ausentes, sean promovidos al término del curso escolar. Definitivamente, las consecuencias del ensayo-error en la política educativa ante un hecho insólito como esta pandemia, las veremos más adelante. Los daños en miles de niños y adolescentes, incluso universitarios, serán algo que resentiremos en un futuro no muy lejano como sociedad.
Si algo nos está enseñando el Covid-19 es que requerimos fortalecer el sistema educativo en México, como en muchos países de América Latina, apoyar la ciencia y la investigación, así como el intercambio de conocimiento y colaboración internacional. Es fundamental motivar y facilitar a los jóvenes su educación básica, pero también la profesional y las especializaciones científicas, tecnológicas y humanísticas, pues son la base para la competitividad económica y la resolución de problemas que surjan en los años por venir