Mujeres mayas y violencia obstétrica
El poder de la pluma
Con una disculpa al autor, publicamos de nuevo su artículo que en la edición del martes 18 pasado salió incompleto
Una de las especialidades médico-quirúrgicas que históricamente las mujeres mayas se han resistido a aceptar es la ginecología y obstetricia, porque los esquemas de esta especialidad chocan con la ideología de la partería, sobre todo en lo que respecta a la interpretación y manejo del cuerpo y el dolor en el ciclo reproductivo.
Enfrentarse a la consulta y el interrogatorio del médico, por lo general varón, para diagnosticar el embarazo, o la exploración física de la gestante, sigue generando ansiedad, vergüenza y temor en estas mujeres.
A principios de los ochenta, y como parte de una política nacional, las parteras controladas por el sector salud tuvieron que condicionar la atención a sus embarazadas a que además acudieran al doctor a control prenatal. De este modo, los médicos de las instituciones de salud se fueron apropiando también de los nacimientos que atendían las parteras.
A partir del presente siglo, y en aras de reducir la morbimortalidad materna, se ha generado un exceso de intervenciones obstétricas, abuso de fármacos e inducción por oxitocina. Actualmente más del 50% de los partos atendidos en los hospitales del sector público son vía cesárea, en su gran mayoría innecesarias.
Esta situación lleva a cuestionar lo siguiente:
De ser el embarazo-parto un evento biocultural se ha convertido en un acto eminentemente biomédico y despojado de sus contenidos simbólicos y culturales.
La atención en el consultorio y las explicaciones en el hospital se hacen en español y no en maya, lengua materna de estas mujeres; situación que las hace sentir inseguras y vulnerables.
La postura para parir tampoco está a elección de la “paciente”, es necesariamente supina en la mesa de parto con las piernas extendidas y sostenidas en los porta-muslos, a pesar de ser la más penosa e incómoda para la parturienta.
El dolor, inherente a la naturaleza del parto, muy valorado por parteras y parturientas, en el hospital es bloqueado por medio de anestesia, o “se corta” (se hace cesárea) y, en el mejor de los casos, “se pica” (se hace episiotomía) para que todo sea rápido y eficaz. Como si el parto fuera un mal paso que hay que dar de prisa.
A esto habría que añadir la discriminación y maltrato (físico y psicológico) que reciben estas mujeres en las clínicas y hospitales; prácticas tan arraigadas y normalizadas en la sociedad como en el sector salud.