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El éxito no es la clave de la felicidad. La felicidad es la clave del éxito. Si amas aquello a lo que te dedicas, tendrás éxito Albert Schweitzer

Hace algunos años, cuando dejé la casa de mis padres y emprendí mi emocionante vida de adulto, comencé a descubrir circunstancias, situaciones y acontecimientos de los que no me percataba anteriormente.

Me di cuenta de que ser independiente era más que esa fascinante aventura en la que decides a qué hora llegar a la casa, con qué personas socializas y en qué empleas tu tiempo. Descubrí que el costal de la responsabilidad traía incontables adjuntos molestosos, escandalosos y muy demandantes.

Al pedir un consejo a mi madre, acerca de qué hacer con tanto quehacer, y cómo iniciar el día sin volverme loca antes de empezarlo, su primera respuesta fue: “¡abre las ventanas!, deja que la luz entre a tu casa, que corra el aire, que llegue el sol. Después le das gracias a Dios por el nuevo día, y jálale, empieza a trabajar en lo que sigue”, así me dijo.

Pues lo hice, cada vez que amanecía abría las ventanas, algunas veces era por unos cuantos minutos, ya que tenía que salir a trabajar, otras pude dejarlas abiertas por varias horas. Conforme pasaron los meses se hicieron menos pesadas las cargas, más sencillas las tareas y llevaderas las encomiendas de la vida.

Luego de pasar un buen tiempo abriendo las ventanas, comencé a notar lo bonito que se miraban los rayos del sol al llegar hasta la sala. Me di cuenta de que sentir el aire acariciando mi rostro me ponía de buenas, fueron tantas las ocasiones en las que corrí la cortina y arrimé las persianas, que se multiplicaron las veces que escuché el canto de los pájaros que pasaron por allí.

El abrir las ventanas de mi madre, fue en mi vida, un equivalente al “Tiende tu cama”, del comandante William Harry McRaven. Una simple y sencilla tarea que podía provocar grandes resultados.

Han pasado casi veinte años y hoy sigo abriendo las ventanas cuando amanece, para que la luz entre a la casa, para que corra el aire y llegue el sol. También sigo dando gracias a Dios, por el nuevo día, por la vida y esa es la rutina que he implementado antes de empezar a trabajar.

Recordé esos momentos de mi vida hace unos días, cuando leí un pequeño ejemplar de color naranja que llegó a mis manos, muy chiquito, pero lleno de poder. “El Monje y el Millonario”, así se llama, promete que te acerca al arte de descomplicar la felicidad. Tengo que decir que no lo creí… pero, también debo confesar que sí lo hizo.

Esas 152 páginas escritas por Vibhor Kumar Singh, aunque muy pequeñas, tanto que son del tamaño de la cuarta de mi mano, me hicieron recordar los consejos que cuando me encontraba al borde del precipicio me dio mi madre: son las acciones más cotidianas y los gestos más sencillos, los que te enseñan a alcanzar el verdadero éxito en la vida. Es simple y sencillamente hacer aquello que te hace feliz. Abrir las ventanas, agradecer, mirar, respirar, vivir, ser y estar.

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