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Dicen que las personas (todas) aprenden por ensayo y error, no hay uno de nosotros que pueda salir libre de ese principio. Eso significa que los minutos, horas y segundos que se invierten buscando la perfección, son simplemente parte del proceso, camino y necesaria formación hacia donde se quiere llegar.

Aunque haya gente que busca aparentar la perfección por nacimiento y existan quienes pretenden manifestar la excelencia como algo que corre por sus venas, la realidad es que todos, y absolutamente todos, somos imperfectos, venimos con fallas de fábrica, no traemos la misma deficiencia, pero sí tenemos alguna. Lo siento querido y estimado lector, pero alguien tenía que decirlo.

La imperfección es algo que cargamos de manera automática, desde el mismo momento en el que se escribe nuestra existencia, y es que, aunque hay pruebas escritas de que estamos hechos a imagen y semejanza de un ser supremo, nada garantiza que somos ese mismo ser excelso. La imagen y semejanza nos hace parecidos, pero no representa una copia fiel.

Y si lo vemos de esa manera, y lo analizamos del mismo modo, el famoso ensayo y error, del cual debemos aprender, sería equivalente al ya conocido “más sabe el diablo por viejo, que por diablo”, es decir, mientras más te equivocas, mejor aprendes; o bien, no son errores, son lecciones de vida (eso lo uso mucho con mis hijos y me ha funcionado).

No conozco a alguien en mi corta, pero no tan corta vida, que no haya cometido errores, todos los seres humanos con los que he entablado plática en algún momento, tienen algo de lo que se arrepienten, incluso aquellos que parecen ser perfectos, aunque jamás he creído en la perfección.

Hace algunos meses leí el libro “Perfectamente imperfecta” de Kalinda Kano, y el panorama correspondiente a las bondades de la imperfección llegó con sus páginas de manera suave, pacífica, y por mucho amable… Pero dicen que cuando la vida tiene una lección para ti, no se detiene, te persigue, te asedia, va por ti, aunque te tapes los ojos, te escondas y hagas caso omiso, ella es terca, y continuará tocando a tu puerta, con la lección que te ha preparado, envuelta para regalo, un moño espectacular y mucha cordialidad.

Puedes resistirte, esquivarla, esconderte, yo lo he hecho y lo he logrado con bastante éxito, pero… tarde o temprano, ella aparece, con la bandeja en las manos y el festín que te quiere presentar, no hay de otra, lo tomas o lo tomarás después.

Así me pasó, Kalinda me enseñó las virtudes de la imperfección, me dijo tranquilamente que la verdadera plenitud se encuentra en la propia imperfección. Pero en ocasiones soy un poco terca, y entonces, los azares del destino, las decisiones de las editoriales y el mundo del ser me trajeron a Walter Riso, con su obra “Maravillosamente imperfecto, escandalosamente feliz”, así de manera disimulada para que comprenda de una vez que la realización personal no está en ser el mejor, sino en disfrutar plenamente lo que haces. Anímate a leer a cualquiera de estos dos incomparables autores. 

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