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Entre las ideas que he decidido guardar en mi mente, sin importar si a los demás les parece correcto, verdadero o adecuado, se encuentra la personal certeza de que existen letras que acarician.

Estoy firmemente convencida de que hay palabras que, al reunirse y ser creadas por alguien en particular, logran dar un masaje suave al alma, provocando cosquillas constantes en el corazón. Una vez que las lees se pasean por tu memoria haciendo escándalo, te regalan interrogantes repentinas y, en ocasiones, ponen nudos en la garganta, al grado tal, de que si no te pones vivo provocan que te lluevan los ojos.

Pero esos caracteres no son siempre tan amables, así como les gusta acariciar y tocar despacito los sentimientos, también suelen lastimar, a veces las letras duelen, te traen muchos recuerdos, los envuelven como un hermoso regalo y es justo al quitarles el moño cuando te caen de golpe, invadiendo todo y apretando el corazón.

Tal vez por eso se ha dicho que las palabras son armas de doble filo, porque destruyen y construyen a su libre antojo, y son capaces de manipularnos, aunque intentemos poner resistencia.

Por eso no me pareció extraño el nombre del ejemplar que acabo de releer, “Escafandra”, su portada verde parece una cordial invitación para sumergirte en las palabras finamente articuladas por su autor. Se requiere una escafandra, porque en su interior escondió ese tipo de letras que acarician, pero también colocó algunas más que te pueden ahogar, que te sumergen en la añoranza, los recuerdos, que te platican lo mucho que alguien puede decir, sin que sepas si de verdad lo dijo.

Sobre advertencia no hay engaño, por algo Joaquín Filio dio aviso a sus lectores con el nombre del libro, si se te entrega una escafandra y va acompañada de la firma de quien te extiende la invitación, debes saber que algo emocionante te espera.

“No hay vicio más enfermo que escribir”, dice Filio, mientras continúa narrando, y es que, durante la lectura, justo cuando se cree que es un autorelato lo que se tiene de frente, te llegan destellos firmes de fantasía, pero si avanzas entre páginas descubres que te espera un cuento.

Tal vez cada lector perciba de manera diferente estos relatos, quizá el autor lo hizo a propósito para confundir a los ociosos que llegan en busca de una escafandra, lo cierto es que uno termina dando vueltas, entre algunos juguetes que marcan una determinada década, pero parecen sufrir alguna pérdida, es como si contaran una separación, mientras tanto, en la televisión Tom persigue a Jerry…

No dejo de analizar si es verdad que los fumadores se encuentran en el escalón más bajo de la cadena alimenticia, los imagino siendo señalados con el dedo por los redimidos; me pregunto ¿quién es Laura? Y aunque me quedé con la duda de qué color tenía el Datsun Nova de 1983, pude percibir la tristeza de un adiós en la historia; me imaginé a los hermanos confundidos mientras se retiran de su colonia, y a la madre intentando ser fuerte para regalarles más fortaleza.

Las letras de Escafandra acarician, intrigan, pero también duelen un poco, y aunque el autor termina escribiéndole a alguien que le deja a Schwob para que no se sienta solo, la verdad, es que a quienes lo leímos nos dejó con el nudo en la garganta.

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