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No todos los maltratos dejan huella, existen heridas que jamás se manifiestan con un moretón, es muy probable que no lo noten otras personas, pero en el fondo, quien los recibe, se convierte en un depósito silencioso que alberga los desechos incansables de un monstruo invisible.

Es invisible, porque no se nota, es un monstruo, porque su presencia puede llegar a ser temible para la víctima… se llama maltrato psicológico, el compañero perfecto del victimario cobarde; la herramienta ideal para quienes disfrutan dañar, pretendiendo que no haya presunción del daño.

El monstruo invisible se alimenta de inseguridades y miedos; se respalda de amenazas, palabras hirientes y actitudes que calladamente aplastan el bienestar emocional de quien lo enfrenta. El vacío es el terreno al que como meta arrastra a su víctima, la empuja lentamente con golpes de indiferencia, silencios inexplicables, reclamos sin respaldo, difamaciones que lastiman e invitan a la depresión.

Y por fuera, no pasa nada… todo transcurre con normalidad, pero por dentro la presa del monstruo se apaga lentamente, confundida entre lo que siente, lo que escucha y lo que no soportar vivir. La incertidumbre es un estado constante, el sentimiento de culpa un fastidio que molesta sin pausa, y el amor propio se convierte en el menos beneficiado de la situación.

Pero este monstruo no es invencible, la valentía no es su virtud, por ello se esconde detrás de actitudes que opacan a otro, se engrandece cuando le creen, su combustible es el temor. No existe victimario si no hay víctima, de allí surge la urgencia de poner límites, de pisar fuerte el freno y enfrentar las circunstancias.

El maltrato psicológico es un asesino que mata lentamente la esencia de quien lo padece, es un ladrón de sueños, un secuestrador de emociones, un charlatán que miente, engaña y confunde, pero tiene varios puntos débiles, entre los principales están el amor propio, la confianza y la confrontación.

Debes creer en ti y estar segura del valor que tienes, perder el miedo, y poner un alto al depredador. La psicoanalista Clarissa Pinkola Estés lo explica perfecto en su libro Mujeres que corren con lobos, sobre todo en la frase que versa: “Para desterrar al depredador, tenemos que abrir con llave o con ganzúa no sólo nuestra propia persona, sino también otras cuestiones, para ver lo que hay dentro. Tenemos que utilizar nuestras facultades para resistir lo que vemos. Tenemos que decir nuestra verdad con voz clara. Y tenemos que utilizar nuestro ingenio para hacer lo que sea necesario al respecto”.

No temas poner límites al victimario, no dudes en levantar la voz, no permitas que se minimice tu persona, que se ignoren tus necesidades, que las ofensas sustituyan tu nombre, y que tus ideales se esfumen porque alguien más lo decidió.

Sé tú misma, procura con coraje tu dignidad, y si amarte y cuidarte te aleja de alguien, eso significa que has tomado la mejor decisión; lo erróneo y desatinado sería que, por amar o conservar a otra persona, permitas que tú misma te alejes de ti.

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