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Tu vela se ha quemado mucho antes,
tu leyenda nunca lo hará.

“Goodbye England´s Rose”. Elton John, 1997.

¿Te acuerdas dónde estabas y qué hacías el 31 de agosto de 1997? Es la pregunta que confirma la importancia de la muerte de Diana de Gales (1981-1997) a los 36 años. Debo revelar que yo, sí. Eran las primeras horas de la mañana de aquel domingo, cuando al encender la televisión desde la cama, invariablemente los canales interrumpieron su programación. A falta de redes sociales, la noticia de la muerte de Diana Spencer a las 4:40 de la mañana, invadía todos los medios de comunicación. El impacto del carro en el que viajaba con su pareja, su guardaespalda y el chofer, en una columna del Pont de l´Alma en París, en paralelo impactaba a nivel mundial las conciencias. Se había desatado una avalancha de especulaciones. Millones de flores se fueron depositando en las puertas del Palacio de Kensington mientras se escuchaban los llantos y lamentos.

Otra fecha que tengo presente es el 24 de febrero de 1981, día en que se comprometió con el príncipe Carlos y de mi cumpleaños. Las jóvenes de mi generación, cuando todas estábamos en espera del príncipe azul, veíamos en Diana la cristalización del cuento de hadas. Si una chica empleada de un kínder había tenido la fortuna de habitar un castillo, para algún día convertirse en reina, entonces era posible para cualquiera de nosotras. Su peinado, las faldas largas y los cárdigan en colores pastel, se volvieron los favoritos de las ochenteras, alejándonos del sexy look de Grease (1978) que nos había legado Olivia Newton-John años atrás. John Travolta no se hubiera imaginado que en 1985, en una cena en la Casa Blanca, cambiaría de cuento y de pareja de baile. La fantasía de Diana de Gales fue concedida por su Hada Madrina. Vestida de terciopelo azul noche y collar de perlas, giró en el gran salón de la mano del galán a ritmo de You Should be Dancing, tema de la película Fiebre de Sábado por la noche (1977). Travolta reveló que se sintió su príncipe azul.

Diana conocía que había otro mundo más allá de las paredes del castillo, su amistad con figuras de la moda y el medio artístico como Gianni Versace y Luciano Pavarotti, la convirtió en una princesa de carne y hueso. El británico Elton John la bautizó como “Rosa de Inglaterra” en la canción que compuso en ocasión de sus exequias, ya que era una de las flores favoritas de Diana, al igual que los tulipanes.

El día de su boda y su funeral alcanzaron los niveles más altos de audiencia del siglo XX. La gente acompañó el carruaje y, años después, la carroza con el féretro cubierto de plomo a la catedral de Winchester, el cuerpo presente arrancó lágrimas y aplausos con la interpretación de Elton John. La vida de Diana es como vela en el viento, a 25 años su flama continúa irradiando.

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