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Hay cosas conocidas y cosas desconocidas,
y en el medio están las puertas de la percepción

Aldous Huxley

Algunos opinan que la ópera está demodé, a veces la comparo a las pasarelas de diseñadores donde desfilan confecciones hiperbólicas, con la intención de hacer notar las tendencias de la próxima temporada. La ópera se sirve de todas las artes -danza, dramaturgia, literatura, pintura, música-, para expresar de manera exagerada la condición humana que no reconoce etnias, temporalidades, espacios, estatus social y económico, todos los hombres y mujeres tenemos las mismas necesidades y motivaciones que conducen nuestro actuar. La ópera retoma la literatura para elegir sus temáticas y musicalizarlas. En mayo de 1918, a punto de finalizar la Primera Guerra Mundial, la Ópera Real de Budapest estrenaba El Castillo de Barba Azul del compositor húngaro Bèla Bartók.

El compositor eligió el cuento de hadas de Charles Perrault escrito en 1697, quizá por su circunstancia solitaria, como puede interpretarse en una carta que le escribe a su madre. Es probable que derivado de esos sentimientos se identificara con el protagonista del relato y lo musicalizara con el libreto de Bèla Balázs, con quien compartía su gusto por la historia del duque solitario tan extraño como tener una barba azul. Bartók nos conduce por el castillo circular de arquitectura gótica, ausente de ventanas, a través de la música con la que va matizando las emociones. Armonías disonantes de los cuernos y los oboes son los motivos de sangre que aparecen a medida que Judith (la bella) va abriendo las puertas que Barba Azul (la bestia o príncipe azul) le ha pedido que no haga. Enamorada, después de abandonar el mundo soleado y florido, se adentra en la fortaleza oscura y misteriosa de su amado, cree con ingenuidad que ella podrá cambiar esa condición de soledad donde las paredes resuman sangre y lamentos. Pronto descubrirá qué le espera detrás de cada uno de los siete portales. Las últimas dos puertas anticipan el final. La penúltima alberga un lago de plata (lago de lágrimas) que representa los dolores y sufrimientos de la vida y en la última se encuentran las tres esposas que viven en el recuerdo del duque. Judith no sabe que Barba Azul, incapaz de disuadirla de abrir la puerta de la muerte, la coronará y la cubrirá con un manto de estrellas para completar los estadios del día: amanecer, mediodía, crepúsculo y, ahora ella, la medianoche, dueña de todas las noches para la eternidad. Atravesada por el rayo de luz plata de la luna, ya como parte del cuarteto, dejará solo de nuevo al extraño hombre, sumido en la oscuridad de su castillo y de su alma.

El Castillo de Barba Azul es un thriller, donde el amor lleva a la muerte. Un asesino en serie, feminicidios, la curiosidad femenina y su poder de elección, son algunas lecturas en las que queda establecido el lugar de la mujer en la sociedad: igualdad de condiciones para hombres y mujeres.

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