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Desde chiquita escuché las frases “no tienes motivos para llorar”, “llora cuando tu madre se muera”, “los niños no lloran”, “¡ay!, ya no seas chechón”, y yo me preguntaba por qué los adultos no lloraban si las lágrimas eran difíciles de contener. Me cuestionaba si no sentían esa presión en el pecho y en la garganta cuando la tristeza rebasaba los límites de los soportable y cómo le hacían para evitar que los ojos se llenaran de lágrimas cuando estaban molestos.

Los niños tienen la capacidad de demostrar sus emociones tal cual las sienten y en el momento en el que lo hacen; sin embargo, como en muchas cosas somos nosotros los adultos quienes les enseñamos a limitarse y a guardarse lo que están sintiendo en el momento.

He reconocido y aprendido que esta enseñanza es generacional y que ahora los que decidimos romper con esos muros emocionales que nos construyen enfrente, somos los que abrimos las posibilidades a las nuevas generaciones de no tener miedo a sentir.

El miedo es esa sensación de angustia que se presenta por la presencia de una amenaza o peligro real o imaginario; pero y ¿cómo es posible que le tengamos miedo a sentir? Nos han dicho que sentir tristeza, enojo, temor y demostrarlo nos hace vulnerables, nos coloca en una posición que pensamos es de debilidad así que ¿quién quiere “verse débil” frente a alguien más?y la realidad es que esto no puede estar más lejos de ser verdad. Todas las emociones estan ahí por algo y nos conforman como personas sintientes, sensibles y que pueden conectar no sólo consigo mismos sino con los demás.

Reprimir las emociones nos llena de ansiedad, nos agota mental y emocionalmente, pero, además, limita por mucho nuestra conexión con los seres humanos que nos rodean.

En general cuando no nos enseñaron a regular lo que sentimos de una manera en la que dejemos fluir y soltamos, nos pasamos la vida negándonos y negando a otras personas la libertad de ser emocionales.

Las personas que no saben enfrentar sus propias emociones muy seguramente irán por la vida repitiendo las frases que mencioné en un inicio limitando a las demás personas a que expresen sus emociones, simplemente porque no pueden lidiar con ellas.

Es por eso que vemos a muchos adultos enojados con el mundo siempre a la defensiva, o quejándose de que los niños lloran, frustrando a sus parejas por la nula comprensión. Eso se puede cambiar siempre y cuando estemos dispuestos a abrazar a nuestro niño interior y dejarle sentir para que así desde el adulto que eres tengas un manejo sano de tus emociones.

La vulnerabilidad y emocionalidad no te hace débil, te hace humano.

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