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En los últimos meses atravesé eventos que me mantenían en una encrucijada emocional y en un entumecimiento corporal, sintiéndome perdida, sin rumbo, sin sentido. No daba crédito a las múltiples sesiones de terapia, pues ¿no iba a tratar de sanarme?, ¿a intentar reparar lo revuelto de mi sistema? He invertido tiempo, dinero y esfuerzo para intentar comprender.

Con esto, recuerdo unas palabras de la escritora española Rosa Montero en su libro “El peligro de estar cuerda”, en el que relata que en su afán de intentar comprenderse sintió la inclinación de estudiar psicología, pero a medida que avanzaba en sus estudios se dio cuenta de los síntomas psíquicos que padecía y ante el temor de seguir descubriendo parte de sus malestares, mejor decidió abandonar la carrera, concluyendo que la mayoría de los que estudian psicología, psicoterapia o psiquiatría es porque están algo, o severamente descompuestos.

Aunque esto último no es específico de quienes estudiamos para entender la psique, todos traemos algún tema desajustado. Si remontamos a nuestros tiempos de escuela -o actualmente en el trabajo- recordaremos y notaremos seguramente a algún desadaptado, o algún personaje al que notamos algo raro, o una o uno mismo. Nadie se salva de alguna negligencia en la infancia, de ahí que todos y todas tengamos aspectos que trabajar y mejorar. Es verdad que existen familias funcionales, pero es aún más verdad que la sociedad actual nos muestra la disfuncionalidad de las familias.

El querer comprender y solucionar todo desde la mente me llevaba a autodiagnosticarme, encontrándome en algunos manuales, sintiéndome identificada con patologías, con un temor y una gran angustia de sentirme descompuesta. Al sentirme así, recordé las palabras de Rosa Montero, tenía la misma sensación de querer abandonar el barco, había algo que no me cuadraba.

Mi inquietud me llevó a indagar más de cerca el tema del trauma y de nueva cuenta a intentar comprender de qué va la psicología, sentía que algo faltaba. Siempre he pensado que somos más que un diagnóstico, y que éste no nos puede definir. Así me topé con el doctor Gabor Maté y el doctor Daniel Siegel, y por fortuna encontré en sus textos palabras que aliviaron la angustia.

El doctor Siegel afirma: “el DSM (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales) se ocupa de las categorías no del dolor”. Tal parece que a la ciencia le interesa más ubicarnos en el catálogo de los trastornos que la propia cura emocional, de ahí que las farmacéuticas sean todo un negocio mundial.

Ante esto, la propuesta es una psicología holística, la cual ofrece un enfoque psicológico, físico y espiritual. No basta con comprender ni merodear el dolor, se requiere un trabajo profundo mental, somático y experiencias espirituales que nos lleven a la total conexión del ser, una orientación más compasiva e integradora. La unión de la mente, el cuerpo y el alma nos permite descubrir que gran parte de la curación está en nuestras manos, y que mucho podemos hacer por nosotros mismos.

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