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Estamos viviendo en un mundo light, hoy se consume coca-cola sin azúcar, sal sin sodio, leche sin lactosa. La gente baja de peso sin hacer dietas, cumple años, pero se niega a envejecer, nos estamos convirtiendo en seres humanos sin esencia, sin espíritu.

Hemos alejado la religión de nuestras vidas, cerramos nuestros ojos ante la desigualdad y la violencia, dejamos a un lado los valores, hemos permitido que, en ocasiones, nos gobiernen seres sin escrúpulos y estamos construyendo un futuro sin esperanza por que al ser humano de hoy le cuesta comprometerse, cuidar la tierra, asumir los costos de sus decisiones.

Queremos respuestas rápidas, soluciones inmediatas, la ley del menor esfuerzo, nos rodeamos de maquinas que hacen el trabajo por nosotros, compramos la comida congelada y prefabricada, no nos informamos y dejamos que la vida transcurra sin darnos cuenta de lo que estamos perdiéndonos, que los ciclos de la naturaleza necesitan su tiempo y que debemos respetarlos, que no se puede tener 20 años toda la vida o intentar aparentarlo, que nuestro cuerpo, nuestras relaciones y el planeta tarde o temprano nos pasan la factura del abandono, de la falta de cuidados, de la vida desorganizada y sin compromiso.

Nos sorprendemos al ver la devastación en algunas partes del planeta, de ver a África morir de sequía y de hambre, de ver inundaciones en ciudades construidas por donde antes pasaban ríos, de ver caras sin expresión después de su vigésima cirugía, de ver hijos que no saben hacia dónde van, que no tienen metas, que han perdido la esperanza y, al final, todas estas son consecuencias de decisiones equivocadas que hemos tenido en el pasado.

No cuidamos nuestro planeta, descuidamos la educación de nuestros hijos y no supimos cuidar nuestro espíritu, de tal manera que fuera él el que se mantuviera joven y no nuestro cuerpo. Nos fuimos por la imagen, por la apariencia y no por la esencia.

Los gimnasios de hoy están llenos, los consultorios de los cirujanos plásticos, abarrotados, mientras lo que enriquece nuestro espíritu ha quedado olvidado. Corremos con nuestros hijos de una clase a la otra y se nos olvida conversar, escuchar, conocer, a veces olvidamos que lo más valioso que tenemos para dar es nuestro tiempo, nuestro ejemplo, nuestro apoyo, se nos olvida levantar nuestra mirada y darnos cuenta de las maravillas que nos rodean, de la naturaleza, de observar como crecen las plantas, como una semilla da paso a una planta, como el cielo nos regala a cada momento un espectáculo maravilloso. Tenemos mucho que agradecer y sin embargo se nos olvida ser agradecidos.

Debemos de empezar a buscar la esencia de las cosas, de las personas dejar a un lado la imagen y ver mas allá, cada ser humano que se cruza en nuestro camino tiene una historia, un valor, cada ser vivo tiene algo qué enseñarnos si estamos dispuestos a escucharlo; a tener tiempo y a dedicarlo a las cosas correctas. Regresemos a la esencia, veamos en cada momento que vivimos la bendición que representa, vivamos el presente pero comprometidos con lo que creemos, busquemos en nosotros mismos las respuestas correctas, aprendamos a escuchar a nuestro cuerpo, a nuestro planeta, a nuestros hijos, y comencemos la construcción de un mundo diferente, de un mundo con esencia

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