Diversión bajo la tierra: el cenote Huolpoch

Carlos Evia Cervantes: Diversión bajo la tierra: el cenote Huolpoch.

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Cuando se toca el tema de la diversión bajo la tierra que se vivió en Mérida en la segunda mitad del siglo XX es indispensable mencionar al Huolpoch, cenote ubicado en el predio 510 C de la calle 39, justo en el cruzamiento con la 62-A, en el Centro Histórico de la ciudad.

En el año de 1876 el señor Felipe Contreras compró dicho terreno con el propósito de cultivar hortalizas y verduras. Cuando sus trabajadores limpiaban el pozo del lugar encontraron el cenote. El propietario, animado por el hallazgo, procedió a realizar las labores de limpieza personalmente, pero fue mordido por una serpiente que en Yucatán es conocida como Huolpoch. Después de ser atendido por el médico, quiso perpetuar la memoria de aquel hecho y le llamó Huolpoch a la cavidad. Así surgió el nombre del cenote que luego se le daría a los comercios cercanos creando así un punto de referencia para los habitantes de la ciudad, según escribió Luis Santiago Pacheco.

El mismo autor dijo que el señor Contreras amplió la entrada del cenote y le puso una escalinata de cantería, hasta dejar convertido el lugar en una estancia deliciosa para las personas que acudían a refrescarse en sus cristalinas aguas.

El Lic. Gaspar Gómez Chacón, quien fuera alcalde de Mérida (1979-1981), informó que en la década de los 40 el predio fue adquirido por la familia Gómez y desde ese momento se convirtió en una especie de piscina pública utilizada por los niños y jóvenes del rumbo. Alrededor de 1954 se instaló ahí una cantina muy especial, pues además de los parroquianos comunes, asistían al sitio reconocidos intelectuales yucatecos. Por otra parte, los guías de turistas llevaban a sus clientes como parte del paseo citadino. Los extranjeros, al ver el cuerpo de agua similar a las fuentes europeas, tiraban monedas para atraer la buena suerte, según sus creencias. Los niños, hoy hombres ya maduros, cuentan cómo se sumergían para rescatar esas monedas y guardarlas como recuerdos, concluye Gómez Chacón.

Agrega Santiago Pacheco que el predio fue vendido en los años 80 al señor Rafael Canto Rosado, quien es concesionario del transporte urbano de Mérida y estableció en el lugar las oficinas de su empresa. El nuevo propietario procura que el cenote esté siempre limpio y se ha acondicionado un espacio para impartir cursos de capacitación a los operadores del transporte urbano. Se permite a todos los empleados de la compañía bañarse en el cenote con la única condición de que sepan nadar.

Este bello y céntrico cenote tiene un diámetro promedio de 9 metros, una profundidad máxima de 1.20 metros y el agua es de color verde transparente, atributos que le permitieron sobrevivir; en contraste con otras cavidades meridanas que fueron tapiadas por sus propietarios, finaliza Luis Santiago.

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