El ermitaño Pata Chueca
Carlos Evia Cervantes: El ermitaño Pata Chueca.
En los inicios del siglo XX, en una gruta cercana a Cananea Vieja, dentro de la actual Cananea, Sonora, vivía un anciano a quien llamaban el ermitaño Pata Chueca. La entrada de la caverna era grande, pero su interior era muy limitado, en donde apenas podía refugiarse el hombre y sus pertenencias. Así lo escribió Francisco Eloy Bustamante.
Este autor tomó los datos directamente de don Manuel Castro, quien conoció al ermitaño y dijo que Pata Chueca, con su gracia de buen cuentero, lograba subsistir, además de mendigar. Cuando este hombre aún era muy joven, un grupo de muchachos malvados de la comunidad lo correteó a pedradas y cayó a un precipicio lastimándose la pierna izquierda. Con mucho trabajo prosiguió su vida y aun así siempre estaba sonriente y nunca fue agresivo.
Era muy blanco, de cabellos rubios, ojos claros y barba tan larga que le llegaba debajo de las rodillas. El ermitaño estaba un poco perturbado de sus facultades mentales y tenía mal aspecto por sus condiciones de vida. Sin embargo, era muy ingenioso. Con mucha gracia decía que dominaba siete idiomas: inglés, francés, español, alemán, latín, latón y lámina galvanizada.
Al convivir con los habitantes del poblado les contaba muchos relatos y siempre se reía a carcajadas de sus propias ocurrencias. A veces su comportamiento era el de un caballero con escuela refinada y buen juicio en sus razonamientos. Pero ese encanto sólo duraba minutos. Diríase que era un ser apacible, no hacía daño absolutamente a nadie, ni siquiera a los insectos.
Al ermitaño le costaba mucho trabajo llegar a su hogar, pues a través de una vereda debía trepar la cuesta del cerro, aunque de tanto hacerlo ya tenía cierta pericia. Pero, aun así, aquella escena era penosa. Ya muy entrado en años, vio venir un crudo invierno en su cueva. En aquella gélida noche sopló un viento tan frío que lamentablemente el buen hombre expiró. La gruta quedó sola, nadie más la ocupó a no ser por un animal silvestre o doméstico distraído.
Pasado algún tiempo, las autoridades militares le dieron el uso de fortín a la cueva. Eran los tiempos del auge minero y a los obreros se los tenían muy reprimidos. Por ello la pólvora se cuidaba con mucho celo por parte del ejército porfirista.
Don Manuel Castro, que tenía su casa muy cercana al hogar del ermitaño, fue testigo de todos estos sucesos. Agregó que sobre la cueva se hizo una calle y la cavidad quedó clausurada. Pero exactamente donde estaba la gruta don Manuel construyó un moderno hospedaje al que llamó Hotel Castro; la nueva vialidad fue llamada Avenida Sonora. Del ermitaño sólo quedó el recuerdo; sin embargo, la gente le sigue llamando a esta parte de la ciudad la Cuesta de la Gruta, concluyó Francisco Eloy Bustamante.