El ermitaño de Tizimín
Carlos Evia Cervantes; El ermitaño de Tizimín.
A la altura del kilómetro 3 de la carretera Tizimín-Colonia Yucatán vive, desde hace 31 años, Bartolomé Luis Martínez Pájaro en una cueva que él mismo excavó. Así fue publicado en un rotativo local en 1998.
El ermitaño se alimentaba básicamente de maíz y algunas raíces. Hablaba muy poco con los extraños, sobre todo cuando se le preguntaba por su familia, tema del que no le gustaba dar detalles. En una entrevista, Martínez dijo que nació en el rancho La Palmilla, en Querétaro, en el año de 1937. Durante su niñez y parte de su juventud vivió en el rancho de sus padres, donde los apoyaba en la cría de animales y las labores agrícolas. Cuando murieron sus progenitores, uno de sus hermanos se quedó con la propiedad y él tuvo que salir a ganarse la vida en otro lugar.
Uno de sus primeros trabajos fue en el Ejército, pero se cansó de los continuos cambios de lugar y solicitó su baja. En el centro del país conoció a una persona que vendía artesanías a la cual acompañó a diversas ferias y eventos por todo México. Durante este tiempo conoció Yucatán. Posteriormente decidió buscar un lugar tranquilo para establecerse y formar una familia. Escogió la ciudad de Tizimín, atraído por su tranquilidad y la amabilidad de la gente.
En este sitio se dedicó a la venta de sascab o de material de terracería, trabajo que le sirvió de gran ayuda al excavar la cueva en la que habita. Estaba laborando en una empresa de materiales pétreos cuando conoció a su compañera con la que tuvo seis hijos: tres varones y tres mujeres. Bartolomé dijo que dos hechos lo condujeron a llevar la vida de un ermitaño: el abandono de su familia, que estaba cansada de la pobreza en que vivían y el consejo de un amigo, quien le dijo que, en lugar de trabajar para una fábrica de materiales, debería conseguir un terreno y vender por sí mismo el sascab. Con este propósito consiguió un predio ejidal en el que comenzó a explotar material de terracería que vendía a muchas personas para reparar los caminos a sus ranchos y unidades agrícolas.
Tenía treinta años cuando Bartolomé empezó a vivir en el interior de la cueva. Con las ganancias por las ventas del material se sostenía económicamente, pero cuando las empresas materialistas empezaron a vender polvo de piedra, perdió a sus clientes.
Sin una fuente de ingresos segura y sin familia, decidió quedarse a vivir en la cueva, que convirtió en una vivienda que tiene cuatro habitaciones y por la humedad del suelo, no se siente el calor durante el día. Así concluye la fuente.
El caso de Bartolomé Martínez muestra cómo en pleno siglo XX algunas personas recurrieron a los espacios subterráneos para sobrevivir.