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A muchas esquinas de Mérida se les puso nombre en tiempos pasados. Además, a algunas se les ha atribuido relatos interesantes como el caso de la llamada “El ave de oro”, que se encuentra en el cruce de las calles 50 por 57, según lo afirmó el apreciado y recién fallecido cronista meridano Jorge Álvarez Rendón.

Álvarez escribió que, en 1682, vivía en el convento franciscano de La Mejorada el prudente y caritativo fray Jerónimo de Salcedo, quien obsequiaba a la gente ropa, alpargatas, hamacas de buen hilo y libros de santa devoción. Él no tenía nada que pudiese llamar suyo.

En una tarde de junio, fray Jerónimo estaba orando a 50 metros del convento, donde hoy está la esquina ya mencionada, y se le acercó un hombre lloroso y desesperado. Dijo al santo varón que se llamaba Luis de Dorantes Cepeda y que había llevado a su familia al borde de la ruina por los juegos de azar. El fraile le preguntó cómo podría ayudarle. Dorantes le dijo, sin dejar de invocar al Todopoderoso, que le facilitara mil reales para solventar una deuda inmediata y que antes de cumplirse el mes se los devolvería.

Fray Jerónimo no podía negar un favor que se le pidiese invocando la misericordia de Dios. Así que extendió una mano, atrapó a uno de aquellos pajarillos que siempre estaban volando en su alrededor y se lo entregó, envuelto en un pañuelo, al sorprendido solicitante. Después le dijo a Luis que se lo llevara al prestamista y se lo diera como prenda por la cantidad que necesitaba. Pero le advirtió al hombre que tendría que devolver el ave tal como se lo había dado.

Dorantes pensó que el anciano había enloquecido, así que le besó de nuevo la mano y se retiró del sitio. Se alejó un poco y abrió el pañuelo para devolver al pájaro su libertad, pero en lugar del animal encontró un ave de oro macizo con ojos de rubí, prenda de finísima orfebrería. El judío Isaac Pinkus tasó la prenda en mil reales y se los entregó al aún sorprendido Luis de Dorantes, quien en ese momento a nadie le reveló lo sucedido.

Pasado un tiempo, Luis fue a rescatar el ave de oro y se la llevó a fray Jerónimo, quien la tomó entre sus manos y la puso en árbol. Inmediatamente el ave, hecha carne, alzó el vuelo. Dorantes, estupefacto y agradecido se alejó del sitio. Seguramente él contó el prodigio a la gente.

Por todo el rumbo de La Mejorada se supo de aquel milagro. Luego se construyeron casas en el área y en el siglo XIX un español puso ahí una tienda de abarrotes a la que nombró, acorde al relato, “El ave de oro”, y así se le conoce hasta hoy a la esquina.

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