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La segunda versión del mito del Ts’unu’un o colibrí la publicó Santiago Pacheco Cruz, connotado recopilador de tradición oral y es la siguiente:

Al principio de los tiempos, la pequeña Ts’unu’un no era bella, sus plumitas eran muy escasas y casi estaba desnuda. Un día, el ruiseñor estando en el bosque escuchó unos sollozos lastimeros. Vio en un arbusto cercano un nido a medio terminar y adentro una avecilla llorando amargamente.

El ruiseñor se acercó a la pequeña colibrí y le preguntó cuál era su pena. Ts’unu’un le confió que quería casarse, pero era muy pobre. Estaba tratando de construir su nido con sus propias plumas, pero eran tan escasas que se vería desnuda antes de que pudiera terminarlo.

El ruiseñor pensó de qué manera podía ayudarla. Se le ocurrió pedir apoyo a todos los amigos del monte. Seguidamente con su canto llamó a los animales y otros seres vivientes que, eventualmente, podrían apoyar a la colibrí. Reunidos todos les informó de la situación de Ts’unu’un. Las aves sintieron compasión por la colibrí. La primera en ofrecer su apoyo fue la oropéndola, ave cuyas plumas tienen el amarillo del oro y el rojo de los rubíes. Por tanto, dijo que daría el collar de la novia. Se despojó de sus más preciadas plumas y comenzó a hacer el collar rojo y amarillo que hoy día lleva Ts’unu’un. La araña, que es incansable trabajadora de la floresta, dijo que tejería la más delicada tela para el velo de la futura desposada.

El pozo cercano cantó desde lo más hondo de la tierra y dijo que sería el espejo en el que colibrí podría mirar su hermosura. La abeja cantó a media voz y dijo que estaba dispuesta a dar toda la miel que había almacenado y sería suficiente para la fiesta de la boda. El árbol bakalché ofreció regalar sus blancas flores.

Otros pájaros de vistosos colores, deseando contribuir para el traje de boda, comenzaron a despojarse de sus más delicadas plumas y se la enviaron a la oropéndola quien también es buena tejedora y en corto tiempo terminó un precioso traje en el que combinó los colores del arco iris.

A la mañana siguiente, la boda de Ts’unu’un se celebró en presencia de todos sus amigos. Los pájaros carpinteros comenzaron a marcar el compás de la marcha nupcial con sus recios picos. Ts’unu’un se reunió con su pareja que la esperaba impaciente.

Después de la ceremonia, los novios pasaron junto al bakalché y les cayó una lluvia de flores. Luego se fueron volando de flor en flor. En cada una libaban el delicioso néctar, privilegio concedido como regalo de la laboriosa abeja. Hasta hoy el colibrí se detiene en los pozos para mirarse en el espejo del agua. Desde entonces Ts’unu’un vive feliz y sin preocupaciones.

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