Los cavernícolas de Filipinas

Carlos Evia Cervantes: Los cavernícolas de Filipinas.

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En el pequeño valle de Signanapan, al pie de las montañas Mantalingajan, en Filipinas, viven unos 250 indígenas palawan, llamados también los “hombres de las cavernas”. Plantan arroz, cazan y pescan en los ríos que bajan de las montañas. Se divierten tocando un laúd de dos cuerdas y cantando hazañas de sus ancestros. Así lo publicó José Flores Muñóz en 2012.

Cuando empieza la época anual de los ciclones, las lluvias inundan las tierras bajas del valle. Los habitantes se refugian en las cavernas y viven allí durante meses, hasta que llegue la estación de sequía; entonces descienden al valle para ocupar sus chozas construidas sobre pilotes de madera, en las orillas de los ríos. En esta época seca, prenden fuego a una zona de la selva y posteriormente plantan arroz y verduras, que son sus alimentos principales.

Uno de sus relatos tradicionales cuenta que hace mucho tiempo existió un hombre gigantesco llamado Tamboug, cuya cabeza tocaba el cielo y el nivel del mar le llegaba a los tobillos. Pero este gigante no encontró una esposa de su tamaño; entonces se casó con su hermana menor. Esto irritó a los dioses e hicieron que la tierra temblara. Tulog, el dios del trueno quemó todo. Sólo se salvaron unos hombres que se escondieron en las orejas de Tamboug. Cuando el gigante murió por vejez, los hombres lo cubrieron con tierra. El cuerpo se convirtió en las montañas, de su pecho salieron los ríos. En sus piernas se originaron las cascadas y de sus dedos surgieron los arroyos.

Cuando empiezan las lluvias, los palawan ponen la cosecha de arroz en sus canastas y junto con frutas, legumbres, utensilios de cocina, instrumentos de música y esteras, se trasladan a las cavernas para vivir allí. Las mujeres usan faldas de yerbas, que pesan casi doce kilos y a menudo los alacranes y ciempiés se esconden en ellas. Los hombres están casi desnudos.

Desde finales de agosto hasta enero del año siguiente, los nativos se acomodan en varias grutas para guarecerse de las tempestades. Dentro de las cuevas se alimentan de arroz con coco, cebollitas, plátanos, piñas, caña de azúcar, frijoles verdes. Los niños se adiestran tirando con arcos y usan camotes como blancos. Las mujeres hacen canastas y collares con perlas que sacan del mar. Iluminan las cavernas con antorchas de bambú para capturar a los murciélagos que luego comen asados. Pasada la temporada de lluvias, regresan a sus chozas; preparan sus cerbatanas para cazar aves y monos para alimentarse con ellos; pero antes le piden permiso al Dios mono para que les permita cazar a sus súbditos, monos también, concluye Flores Muñoz.

Esta tribu es un ejemplo, entre muchos otros, de la antigua y vigente relación entre los distintos grupos humanos y las cuevas en muchas regiones del mundo.

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