El difunto que salvó a su perro
Carlos Evia Cervantes: El difunto que salvó a su perro.
En estas fechas cercanas al Día de Muertos suelen narrarse relatos de las almas que regresan y se comunican con los vivos. Los testimonios a veces incluyen a los animales que fueron compañeros de los difuntos. El destacado periodista y escritor Roberto López Méndez publicó uno de esos casos.
En su provechosa labor de investigación, López Méndez entrevistó a doña Margarita Cohuo, vendedora de flores en el Cementerio General de la ciudad de Mérida y ésta le platicó un relato que le contó su abuela Virginia Matos Chan. Primero Margarita afirmó que hay almas que regresan, cuando es muy necesario, aunque no sea Día de Muertos.
Hace ya 82 años, falleció un hombre que siempre se distinguió por ser muy caritativo.Según decían, ese señor había fundado una asociación, precursora de las que hoy existen, para proteger a los animales.El día que lo enterraron, el cementerio se llenó de perros callejeros que, apenas se alejaron los deudos, se acercaron a su tumba y estuvieron aullando junto a ella durante varias horas.
Esto ha sucedido con frecuencia y se ha sabido de animales que visitan la tumba de sus dueños, pero en este caso hubo algo diferente: uno de los perros, de raza fina, permaneció en el sepulcro y se quedó a vivir en el sitio. Buscaba cualquier cosa para comer pero siempre regresaba a echarse sobre la lápida de su fallecido protector.Pronto quedó flaco y enfermo porque encontraba muy poco alimento, lo que auguraba su próximo final. Se quedó sin fuerzasy llegó el día en el que casi no se levantaba.
Sin embargo, una mañana doña Virginia vio llegar un elegante vehículo del cual bajó una señora de cabello blanco con un hombre, el conductor, que llevaba en las manos una olla de comida y un plato. El individuo caminó directo a la tumba y empezó a darle de comer al perro. Por su parte, la señora se detuvo a comprarle unas flores y de manera espontánea le contó a doña Virginia, abuela de la narradora, que la noche anterior había soñado con su marido y éste le advirtió que si dejaba morir de hambre a su perro no se lo iba a perdonar. La viuda le contestó que el animal se había escapado desde el día su muerte y que no sabía dónde estaba. Entonces el difunto amo le contestó: “No sabes dónde está porque ya te olvidaste de mí y no me visitas, pero él sí me echa de menos”.
Desde ese día, cada fin de semana, durante años, la señora y el perro visitaron juntos el cementerio. Ella iba a arreglar la tumba de su esposo y el animal iba a ver, porque los perros si ven las almas de los difuntos, al amigo que regresó para salvarlo.