|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Con frecuencia, soñamos
cuando escribimos y, a veces,
escribimos cuando soñamos.
Redactar sólo se puede con la
mano, pero se escribe con todo
el cuerpo, con el ser entero.
Luis Ignacio Helguera

En la literatura mexicana hay muchos escritores y escritoras olvidados-olvidadas, o que murieron muy jóvenes, podría decirse, que en la plenitud de su vida, y con el paso del tiempo fueron quedando relegados a los márgenes de la historia de la literatura. Este es el caso de Luis Ignacio Helguera (1962-2003), un escritor que murió a los 41 años por causas del alcoholismo.

Nacho Helguera era una mezcla de genio y locura al mismo tiempo, ya que era un escritor que estudió filosofía y se graduó con el “suma cum laude”, con una tesis sobre Heidegger. Era un gran jugador de ajedrez y amante de la música clásica, pero, a la vez, era un hombre que luchaba contra sus demonios internos, que al final se impusieron con una tormentosa vida alcohólica que lo llevó a encontrarse con la muerte.

La primera vez que escuché el nombre de Nacho Helguera, fue cuando estaba leyendo el libro “Al servicio de la música”, de otro gran maestro melómano, Eusebio Ruvalcaba, que le dedica, póstumamente, un capítulo a Nacho con el título “La muerte de un melómano”, en el que cuenta los encuentros etílicos y musicales que tuvo con Helguera durante varios años: “Eso escribí cuando me dieron la noticia de la muerte de mi amigo; broder, como yo le decía. En realidad, no tenía mucho de conocerlo; tal vez nueve años, tal vez diez, pero en ese tiempo habíamos descubierto tantas afinidades en común, que entre nosotros se habían tendido lazos más que fraternales”.

Por otro lado, Luis Ignacio fue un escritor de formas breves, de historias cortas, fragmentos, que eran lo que más le gustaba. Entre sus libros se destaca: “De cómo no fui el hombre de la década y otras decepciones”, donde narra diferentes historias, entre crítica, anécdotas, experiencias, todo con un tono sarcástico y humorístico.

Además, fue un antologador de la poesía en prosa en México, en especial de un texto que, desgraciadamente, ya se encuentra descatalogado, así como varios de sus libros. Hace poco pude encontrar un libro de él, llamado “Atril del melómano”, en el cual se reúnen sus trabajos periodísticos sobre crítica musical, una obra que todo melómano debe de tener en su biblioteca.

Otro de sus grandes trabajos, y creo el que más le apasionó, fue cuando entró a sustituir, en 1988, a Juan Villoro, como jefe de redacción en la revista “Pauta, cuadernos de teoría y crítica musical”, donde la muerte lo alcanzó en 2003.

Lo más leído

skeleton





skeleton