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Mezcla de fortalezas y debilidades, el Caribe mexicano con su mundo maya se abre paso con bastante éxito en su reapertura post pandemia, según las cifras hoteleras, aéreas y sus proyecciones.

Si el impacto de la inseguridad no es suficiente, la debacle económica que empieza a remontarse no permite atender bien una amenaza latente, el sargazo abundante en las playas más hermosas, que parece pasar factura del usufructo turístico sin la suficiente visión ambiental.

Desde que el problema fue señalado por ambientalistas y hoteleros –entre 2006 y 2011-, los gobiernos han buscado cómo limpiar sus playas afectadas para recuperar visitantes. Pero los recursos invertidos hasta ahora no han resultado eficientes. Por un lado, apenas se atiende a una pequeña extensión de la costa y no se están protegiendo ecosistemas que también se ven afectados, como los manglares y la selva, apunta un reporte de América futura, que se centra en Playa del Carmen, en El País.

La estrategia de retirar directamente las acumulaciones tiene un impacto muy negativo. Un poco de sargazo ayuda a prevenir la erosión de las playas, pero cuando hay mucho, su presencia invierte el efecto. Y con la maquinaria pesada que se mete para extraerla se llevan mucha arena, otro problema resuelto a medias: la pérdida de arenales en algunos de los litorales más bellos del planeta.

Lejos de tratarse de un fenómeno aislado, impacta a gran parte del Caribe. Las playas de Belice, Honduras, Jamaica, Cuba, México, República Dominicana, Barbados o islas como la de San Andrés, de Guadalupe o Martinica, entre otras, se ven afectadas por el manto de algas cada año. Pero también a la costa norte de Brasil, y hasta Florida. No solo impacta en el Caribe. Al Golfo de México –incluyendo a Yucatán, por ejemplo en El Cuyo, frente a la isla quintanarroense de Holbox- llegó desde hace mucho antes, pero no en volúmenes tan altos.

Mientras que la acumulación incontrolada de estas algas resulta tóxica en las regiones costeras, provocando la muerte masiva de muchas especies marinas, además de espantar a turistas e inversionistas, en altamar cumplen un papel muy importante en el equilibrio ecológico. El llamado mar de los sargazos, en el océano Atlántico septentrional, es un ecosistema único que sirve de alimentación y refugio para centenares de especies, algunas de ellas únicas de ese hábitat flotante. Además de ser una plataforma para la protección y el sustento de la fauna marina, constituye el paso de migración de anguilas, tortugas y ballenas.

Este año, la cantidad de sargazo ha alcanzado ya cifras históricas en el Atlántico: en junio más de 24 millones de toneladas, según un informe del laboratorio de oceanografía de la Universidad del sur de Florida.

Estrellita: en la medida que se trata de mitigar parte de la catástrofe ambiental que está viviendo la región –la Semar ha creado incluso su propia maquinaria-, el alga puede resultar una oportunidad para diversas industrias, y en los últimos años distintas iniciativas han promovido la utilización como materia prima. Sus distintas propiedades pueden ser aprovechadas para sectores que van desde la construcción, el farmacéutico –contra el cáncer- o la industria energética, textil y hasta la alta cocina.

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