La ciudad nos enseña

Cesia S. Rodríguez Medina: La ciudad nos enseña.

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Lo dijeron algunos antiguos filósofos y no ha dejado de ser una verdad; “la ciudad nos enseña”. Pero, ¿qué significa esta frase en la actualidad?, ¿puede nuestra dinámica de ahora mostrarnos algo nuevo y extraer de ella algún aprendizaje? Releyendo hace unos días sobre las teorías del aprendizaje caí en la cuenta de lo significante que llega a ser nuestro entorno físico y social, en el que nos hallamos o nos movemos, para el desarrollo nuestro intelecto.

Generalmente nos encontramos en espacios cargados de mensajes, de historia, como también de novedad, sin embargo, a veces la dinámica nos distrae e ignoramos dicho cúmulo de conocimientos. Adquirirlos dependerá de la sensibilidad de cada uno de nosotros para atender a este museo de imágenes que bien puede darse en un encuentro de manera fortuita o deliberada.

Este conjunto de símbolos imperceptibles que se encuentran a nuestro alrededor nos dice o nos expresa algo, quizás algunos de los mensajes los internalizáremos como parte del bagaje cultural y los reproduciremos. En este caso, bien puede ser un monumento, una estatua, el nombre de una calle, la arquitectura, la forma de la organización urbana o, incluso, la situación de los vendedores ambulantes, cosas aparentemente fútiles.

Dale H. Schunk (2012) dice, parafraseando al psicólogo ruso Lev Vygotsky, que no es posible separar el aprendizaje y el desarrollo del contexto en el que ocurren. La manera en que los aprendices interactúan con sus mundos (es decir, con las personas, los objetos y las instituciones que los conforman) transforman su pensamiento. Es decir que, los símbolos, signos e imágenes vienen a ser un estímulo para nuestra cognición, produciendo un efecto de simbiosis entre lo que nos rodea y nosotros. Al respecto Luria (S/F), estudioso de Vygotsky, afirma que la actividad psicológica del niño se forma bajo la influencia, por una parte, de las cosas que lo rodean, cada una de las cuales representa la historia materializada de la vida espiritual de centenares de generaciones y, por otra parte, del derredor, por las relaciones que el niño tendrá con él.

Por ejemplo, qué nos dice nuestra blanca Mérida, recorramos el sur y el norte de la ciudad, su plaza principal, sus barrios, las esquinas nombradas en diferentes partes de la urbe. Sus mercados, la trova, el teatro, los domingos en la catedral, las calles concéntricas y el sistema de transporte. Todo en apariencia trivial tiene un mensaje que nos ayuda a comprendernos, apropiarnos y entender la cultura, incluso, a transformar elementos de ella. Pero también a cuestionar nuestra realidad, lo importante es la facultad de contribuir a desarrollar nuestra conciencia y nuestra atención voluntaria, entre otros procesos intelectuales.

No cabe duda que en el aprendizaje y en el desarrollo del ser humano nuestro entorno tiene un enorme valor, que incluso, existe una corresponsabilidad entre el mundo externo y cada individuo. Por eso, la ciudad, ese espacio en que converge toda una serie de interacciones y colmado de representaciones, viene a ser nuestra segunda escuela.

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