Educación socioemocional (y II)

Cesia S. Rodríguez Medina: Educación socioemocional (y II).

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La responsabilidad compartida es uno de los elementos fundamentales en la atención socioemocional, sin embargo, su implementación se ha relegado de los mecanismos que atienden esta problemática, al menos desde los procesos operativos que se integraron recientemente en las escuelas, donde se puede identificar que de manera aislada se pretende atender con técnicas grupales y ejercicios simplificados de sensibilización emocional, ejecutando un intento de modelo terapéutico en el que a través de un manual, profesionales y no profesionales del área pueden utilizar indistintamente con los estudiantes, mientras que los profesores cambian su rol para convertirse en “coaches” del desarrollo socioemocional del alumnado. Indiscutiblemente no había otra opción que sumarse al nuevo paradigma de la educación emocional.

Ahora bien, la intención es positiva, las estrategias sugeridas son elementos útiles que temporalmente pueden ser efectivas, pero éstas no solucionan o no pretenden que todos los involucrados estén en mejores condiciones de salud mental a corto, pero, sobre todo, a largo plazo, que sería lo más óptimo. Simplemente se van realizando mecánicamente. A todo esto es importante resaltar que curiosamente estas estrategias de atención desde la escuela se incorporaron durante el auge de la psicología positiva de los 90 del pasado siglo, aquella que basó su planteamiento en el optimismo, la felicidad y la realización del ser humano como objetivo, propuesta que trascendió el campo tradicional de la psicología, donde la principal preocupación ya no eran las personas con algún trastorno patológico, sino las personas sanas, expandiendo de esta forma su intervención, descubrieron que promoviendo las actitudes positivas se podía alcanzar la felicidad, las personas vivirían mejor y serían más resilientes.

El auge del nuevo enfoque de la psicología no tardó en impactar a todos los campos de la vida social, y la educación no fue la excepción. Ahora con la incorporación y atención socioemocional tendríamos ciudadanos con mejores habilidades sociales y emocionales que les permitirían vivir en un estado de bienestar y felicidad permanente, donde efectivamente se permearía esta condición a la vida personal, laboral y social de los individuos. Esta visión superficial es la que actualmente se reproduce en la mayoría de las instituciones educativas, considerando que de este modo se reducirían o se prevendrían los graves problemas de salud que afectan a las niñas, niños y adolescentes, pero no fue así. Las estadísticas indican lo contrario. Por lo tanto, la urgente integración no valoró ni priorizó que una medida tan delicada como la atención a la salud mental no debe ser unidireccional dejando a un lado el involucramiento de la familia y el contexto, que representan un valor significativo y que no puede compensarse con el discurso positivo. Ahora bien, sería interesante que después de la integración de la educación socioemocional se valoraran sus resultados y las medidas implementadas, análisis que nos queda pendiente por conocer.

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