Nuevas ciudadanías

Cesia S. Rodríguez Medina: Nuevas ciudadanías.

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Es indiscutible que con el paso del tiempo las dinámicas sociales se han transformado, adaptándose a las normas éticas y morales, las cuales también se modifican porque dependen de otros factores o de algunos instrumentos que dirigen de alguna manera calculada “el deber ser” de las personas. Para explicar este fenómeno diversos teóricos lo analizan desde varios enfoques, por ejemplo, Karl Marx asegura que las personas, tal y como acaban siendo, son resultado de sus condiciones materiales de existencia, lo que al final dicta la forma de pensar y actuar. Por otro lado, Max Weber afirma que en su caso la religión podía transformar las creencias y valores de una sociedad. Ahora, lo que estos dos sociólogos plantearon, podemos identificarlo con mayor claridad con el resultado del efecto civilizatorio, la cultura u otros elementos, quizás así podemos afirmar que todo ha sido construido, sin embargo, por la vertiginosidad con la que se establece no podemos traducir esta complejidad, pero esto no evita que surjan algunas interrogantes, ya que siempre será importante cuestionar, como en este caso, el concepto de ciudadanía.

Al hablar de ciudadanía podría parecer sencillo definirla, en su connotación inmediata resumimos que es aquella responsabilidad que los integrantes de una sociedad, a través de leyes, reglas y normas, han decidido respetar, se convierte en algo compartido y aceptado porque contribuye al bienestar del grupo, a su vez, es un dictamen que se interioriza asumiéndolo voluntariamente y que pocas veces cuestionamos, ya que en la cotidianidad lo aprendemos y en la convivencia lo reproducimos. Pero cabe añadir que el concepto de ciudadanía no es unívoco; primeramente, se volvió significativo a partir de la conformación de los Estados-Nación liberales, siendo éstos los reguladores de las interrelaciones sociopolíticas, es a partir de ahí que otros aspectos se vincularon paralelamente al concepto, como la democracia, la política, el civismo, etcétera. Pero, en esta dimensión, es necesario que sea corregido, ya que el término ha encerrado su hegemonía en el campo de la política, donde inicialmente fue discriminatoria. Recordemos que un siglo atrás las mujeres no eran consideradas ciudadanas, como ahora no lo son los migrantes en algunos países o los indígenas. ¿Qué determina quién sí y quién no, acaso existe una sola ciudadanía? Si habláramos de una que fuera universal, ¿será posible construirla?, ¿cómo sería esta unión más no unificación si cohabitan en el mundo una diversidad de culturas y sociedades?

Preguntas más, preguntas menos, la ciudadanía tal cual como la conocemos necesita ser resignificada al compás de lo político, planteando tal vez nuevas formas de ser ciudadano o ciudadana, cuestiones que incluyan, tanto aspectos identitarios como prácticas sociales y cambios cívicos, por ejemplo, algunos grupos colectivos plantean el cuidado del otro con la creación de cooperativas de alimentación o, desde otro ámbito, la pluriciudadanía que exigen algunos pueblos indígenas. También la ciudadanía para las personas desplazadas recientemente nombrada ciudadanía transnacional, ante todo esto seguramente habrán muchas opciones tan necesarias como éstas que quedarán para aquellos y aquellas que persistan en hacer de este mundo un lugar más justo e inclusivo.

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