Saramago, palabra y centenario
Cristóbal León Campos: Saramago, palabra y centenario.
La vida del escritor portugués José Saramago resulta ilustrativa, ya sea por sus días infantiles en el seno de una familia campesina “sin tierra”, o por haber ganado el Premio Nobel de Literatura en 1998. El transcurrir de su tiempo lo llevó a fallecer a los 87 años el 18 de junio de 2010, combatiendo la apatía intelectual. La literatura –a Saramago- no le llegó en bandeja de plata, pues como recordara: “Yo NO he sido educado en medio de libros, he tenido que ir a buscarlos”.
Nacido el 16 de noviembre de 1922, en una pequeña localidad del centro de Portugal, desde joven fue un autodidacta que se dedicó definitivamente a escribir a la edad madura, después de participar en la Revolución de los Claveles de 1974 y ser militante del Partido Comunista de Portugal. Con reconocimiento mundial sobre su obra, ahora cumple su primer centenario, a sabiendas que su legado permanece ya impoluto en la historia de la literatura.
Saramago se vistió con los harapos de la libertad, en México se adhirió al zapatismo, ninguna causa justa le fue ajena, su compromiso estuvo con los desposeídos, en una visita a Acteal en 1998, un mes después de la matanza en el pueblo chiapaneco, ofreció a los indígenas: “darles voz para que no se repita esta matanza”. Visitó sin prisa a los territorios autónomos de Chiapas y declaró al finalizar su recorrido: “Espero que el espíritu del zapatismo sobreviva, porque sería una esperanza para México y toda Latinoamérica”.
Su obra literaria es amplia, lo cual le permitió transmitir sus ideas políticas. El escritor portugués comprometió su pluma, él mismo lo afirmó: “El Ensayo sobre la lucidez es una reflexión sobre la democracia, y lo he escrito para que lo fuese, lo es de manera radical, esto es, intenta ir a la raíz de las cosas. La democracia no se puede limitar a la simple sustitución de un gobierno por otro. Tenemos una democracia formal, necesitamos una democracia sustancial”. Su novela (una de las más famosas) es una crítica frontal al sistema y a los gobiernos. En ella se denuncia incluso el terrorismo de Estado, con la manipulación y todo lo que conlleva, que además es el escenario con el que convivimos cotidianamente.
Saramago sabía de la injusticia en el mundo, de los crímenes contra la humanidad que van desde el genocidio y los etnocidios, hasta los campos de muerte y tortura, pero también reconocía en el hambre deliberadamente provocada la contaminación masiva y la humillación como parte de esos crímenes perpetrados por los poderes económicos como el del imperialismo estadunidense, ejecutados con la complicidad efectiva de la impunidad contra millones de personas en todo el mundo, generando seres humanos amenazados con perder su trabajo, propiedad y el poco bienestar que gozan, denunció el despojo sistémico inhumano.
La palabra de Saramago fue de conciencia, irrumpió en las entrañas de un sistema caduco para el que únicamente avizoraba una salida emancipatoria, una ruptura con la realidad, pero, ésta no sería mediante la literatura solamente, sino que, justamente partiendo de ella, alcanzaría al conglomerado de los oprimidos. Sus escritos son ofrenda y dedicación a la búsqueda continua de una mejor realidad para la humanidad. En este sentido, el del malestar social e individual, precisó: “Yo no escribo para agradar ni tampoco para desagradar. Escribo para desasosegar”. Saramago en su centenario sigue irrumpiendo en las conciencias para generar acciones.