Vincent van Gogh, lecturas abiertas
Cristóbal León Campos: Vincent van Gogh, lecturas abiertas.
Siempre será un misterio el comprender qué pensaba y sentía un artista al momento de realizar su obra, más cuando hablamos de genios como el pintor Vincent van Gogh, sobre quien las interpretaciones que con los años se formulan al rededor de sus obras alimentan un tipo de acertijo inidentificable que lo hace aún más atrayente, sobre todo, si pensamos que su legado no fue valorado durante su vida.
Van Gogh fue un artista consumado, pero despreciado en buena medida por su propuesta transgresora del canon de su tiempo, se sabe que pasó sus días dependiendo del apoyo económico y emocional de su hermano Theo, quien lo acompañó durante sus procesos creativos muchas veces turbulentos y a la vez excepcionales, no por nada el mismo Vincent expreso sobre su trayectoria que: “Puse mi corazón y mi alma en mi trabajo, y he perdido la cabeza en el proceso”, seguramente refriéndose a la diferentes crisis psicológicas que padeció y que le llevaron a pasar temporadas bajo cuidados médicos, siendo que, incluso, su obra más famosa, “La noche estrellada” (1889), la realizó en su habitación en el asilo en Saint-Rémyde-Provence, Francia.
La obra de Van Gogh es una apuesta postimpresionista y una revelación de la mirada del artista como un reflejo de la naturaleza, pero no limitándose a procurarnos ver a través de su mirada, sino que su apuesta creativa va más allá y nos conduce con sus trazos a una interpretación del mundo sugerente y revolucionaria para su tiempo. Pararse despojado de toda idea preconcebida ante una pintura o dibujo de Vincent, es una oportunidad para dar lugar a los sentidos avivados por los colores extremos y delicados que dan una especial luz y contraste a lo representado, el diálogo propuesto no es con el objeto en sí, si no que la búsqueda está en las emociones que comunican ideas profundas sobre la existencia, pues el pintor neerlandés fue también un hombre marcado por la espiritualidad que conoció desde su infancia.
La vida de Van Gogh estuvo marcada por el arte y la sensación inacabada de sí mismo, quizás esa sea una de las razones por las cual muchos de sus cuadros son autorretratos, pero, también, por su alejamiento de las formas y razones de la pintura de aquel entonces, como ejemplifican los debates apasionados que sostuvo con quien fuera su amigo, el pintor Paul Gauguin, quien cuestionara a Vincent sobre su apego a la naturaleza como objeto-sujeto de su arte.
En una carta a su hermano Theo fechada el 31 de julio de 1882, escrita en La Haya, ciudad de los Países Bajos, Vincent expresa que: “El sentimiento y el amor por la naturaleza siempre tocan una fibra sensible tarde o temprano con las personas que se interesan por el arte. El deber del pintor es estudiar la naturaleza en profundidad y utilizar toda su inteligencia, poner sus sentimientos en su trabajo para que sea comprensible para los demás”. Esta cita no sólo aviva lo afirmado líneas arriba, sino que además muestra una parte de su sentir sobre la propia trascendencia de la pintura, cuyo legado sobrepasa al artista, convirtiéndose en una lectura del mundo abierta a lecturas interminables. Así, Van Gogh soñó sus sueños para delinearlos y hacerlos realidad, pues él mismo señaló: “Prefiero morir de pasión que de aburrimiento”.
NOTA: la tecnología nos ofrece una oportunidad de conocer y admirar el legado artístico de Vincent van Gogh en pleno siglo XXI, a través de la exposición “The Immersive Experience”, que se encuentra en Mérida.