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El soplar del viento, su frío roce o la fresca y cálida caricia, nos habla de las estaciones y de cómo las cosas cambian, indicando el tiempo que vivimos. Todo se transforma, a veces de manera irreversible.

Cambiar asusta, dejar viejos pensamientos o costumbres arraigadas por los años es difícil. Reconocer que el viento suspira diferente en nuestra vida, admitir que las estaciones transitan y nosotros con ellas provoca temor. Evolucionar es normal, es inherente a la naturaleza humana, sin embargo, no siempre estamos dispuestos, no aceptamos que es tiempo de seguir. El deshojar de los árboles o el florecer multicolor de la naturaleza, son señales poco percibidas en muchas ocasiones, nos justificamos y aferramos a viejas ilusiones, a pasadas épocas.

Todas y todos tenemos sueños inconclusos, algunos no fueron posibles por circunstancias ajenas y forzosas, de ellos debemos aprender y reconocer que no todo se puede, hay cosas que de verdad no se logran, pero eso no justifica sentirnos menos o pensar que hemos fallado, simplemente hay que aprender a dejar ir. Hay otros sueños que no cumplimos por falta de organización y compromiso, por idealizar, pero no materializar. Ante esta situación, es necesario ser autoreflexivos, analizar nuestras fallas, reconocer que somos nosotros los únicos capaces de cumplirlos, pero, también, somos quienes nos detenemos e impedimos realizarlos, solemos ser nuestro propio límite. En ambos casos, no se trata de renunciar, esa no es la solución, hay que valorar si es un sueño aún vigente, si aún nos ilusiona, si genera ese deseo de bienestar que perseguimos todos los seres humanos. Nada tiene de malo cambiar, los sueños son una parte de nosotros y también pueden modificarse, rectificarse o dejarse atrás para poder continuar, lo importante es nunca dejar de sentir el suspiro del viento.

A diferencia de la naturaleza, la vida humana tiene una sola estación, tiene sus periodos, pero es una línea del tiempo inmodificable, no hay forma de retroceder en ella, de nosotros depende la manera en la que transitamos. No tiene ningún sentido postergar los sueños o seguir arrastrando ilusiones rotas, no vale para nuestra felicidad decir que en la próxima estación iniciaremos la construcción de las utopías personales, no hay diferencia, lo que sí hay, es el riesgo de nunca hacerlos realidad, cada año llega el invierno y, después de él la primavera, pero los seres humanos tenemos sólo un invierno, no hay más primaveras, el viento sopla para nosotros permanentemente. Vivir de la melancolía es ocioso, pero también muy cómodo. No tiene sentido añorar sin luchar, perseguir los sueños es un reto, es un camino complicado en muchas formas, pero morir de nada es todavía más desesperante.

Evolucionar es necesario, siempre habrá fuertes vientos en la vida, son suspiros mayores, de ruptura, son los que nos permiten valorarnos. Todos nos hemos conformado según nuestros pensamientos y acciones, hemos configurado nuestra personalidad, todos suspiramos por alguna utopía personal, tenemos esperanza en el interior, aunque la resguardamos de los otros, pues tememos ser lastimados, nos asusta se conozcan nuestros deseos, crecemos esperando el reconocimiento del otro, cuando somos nosotros mismos los únicos capaces de darnos el valor justo, cada quien debe seguir su camino en libertad.

Afrontar los cambios y luchar por lo que anhelamos nos hace humanos. Sintamos el suspirar del viento mientras alcanzamos nuestros sueños.

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