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Los trazos delinean un deseo que subyace en los rincones que recorre a diario y los fríos hierros que lo separan del mundo exterior. El arte encuentra caminos que pudiéramos pensar insospechados para dar luz a aquello que los seres humanos quisiéramos expresar o que fuera una realidad cuando de insatisfacciones se habla. Y, mirándolo, puede reconocerse que se trata de algo más que un sueño, pues la libertad es inconmensurable al perderse.

En días pasados, visité el Cereso de Mérida, con la finalidad de fungir de jurado en un concurso de dibujo y pintura, donde las obras presentadas por los reclusos evocaban más que ideas, al recrear esas emociones que la vida carcelaria agudiza y/o reprime. Los concursantes referían en especial tres realidades que se pudieran interpretar como parte de la identidad asumida por sus autores, todas ellas, nos acercaban a contextos de la vida diaria, pero, también, a esas añoranzas que nos fortalecen en tiempos de tormenta.

Las primeras obras referían a la cultura maya y su legado, esa persistencia a pesar de los adversidades y al orgullo de una identidad que resiste a todo embate; sus autores –de diferentes generaciones- coincidieron en la grandeza de la herencia y su continuidad, aunque con marcadas diferencias al referirse a la línea continua de los años, donde lo milenario se hace actual mediante las figuras elegidas. Un artesano tallando en piedra la memoria de su pueblo y la majestuosidad de los vestigios resguardos en el universo, son imágenes que nos pudieran hacer pensar en lo perdurable de la creación humana.

Un segundo grupo de obras reflejaba el reconocimiento del entorno, la conciencia sobre el medio ambiente, su belleza y el riesgo de la intervención humana, así como aquellos paisajes que a diario nos acompañan y a los cuales no siempre prestamos atención, o al contrario, se convierten en piezas esenciales de nuestra cotidianeidad, llegando a ser indispensables en la socialización y el disfrute mundano. ¿Qué puede ser más consciente que reconocerse parte del entorno que nos rodea y procurar su armonía? Las imágenes de este bloque nos acercan a la percepción de los autores que se asumen sujeto activo en el contexto y se apropian de lugares para darles un significado particular. Así, el flamboyán con las viejas estructuras que recuerdan a las comunidades del Mayab, se hace presente entretejiendo la nostalgia que generan las visitas familiares, al igual que esa añoranza de volver al terruño que nos vio nacer.

Un último conjunto, compuesto por la mayoría de obras, abre de manera intrínseca un camino a la subjetividad compartida (autor-observador), ya que al desglosar cada parte compuesta de trazos y figuras, podemos dilucidar esos sentimientos y deseos incrementados por la condición física de las limitaciones que supone vivir en el Cereso, pues la tristeza y alegría, el dolor y el perdón, la familia y la soledad, la risa y el llanto, se vuelven binomios de una sola realidad que pareciera no ser, pero en realidad es absoluta.

El acercamiento al arte y al mensaje que en él se encuentra siempre nos pondrá en un espejo que nos refleja a nosotros mismos y, a la vez, nos da señales sobre el autor, aunque nunca lleguemos a conocerle. Así es como me hace sentir esa primera imagen referida evocando la libertad, a través de un hombre sentado mirando al horizonte en un campo reverdecido. No sé la naturaleza del encierro de su autor, pero sí sé que a pesar de todo es humano…

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