La vida al ritmo de la calle

Cristóbal León Campos: La vida al ritmo de la calle.

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“Pídeme la luna y te la bajaré, pídeme una estrella y hasta allá me iré”, son las tres y media de la tarde, el calor derrota cualquier ánimo en el centro de la ciudad blanca. Al fondo una señora degusta una quesadilla y bebe una Coca Cola, la carestía se refleja en su pesado mirar, un poco agónicos sus movimientos hacen saber que su dolor es más que el paso de los años, hay algo en el ambiente que duele sin ser nombrado. Los músicos callejeros, jóvenes impregnados de un nihilismo mundano, cantan y tocan la melodía referida. “De algo se tiene que vivir”, expresan dos meseros en la esquina -una mujer y un hombre- al ver pasar el sombrero de las monedas, y me cuestiono, ¿cómo se sonríe con el estómago hambriento?

“Y tú jamás te enamoraste de mí, será seguramente por eso, por lo que ahora estoy triste”, una mujer mira al hombre con quien discute, pareciera buscar a aquella persona en quien confió y se entregó, pero hoy, en una esquina de la calle 65 con 60, tiene enfrente a un desconocido que la agrede verbalmente y amenaza con sus gestos, él, cual macho, vocifera lo que debiera ni pensar. La música a todo volumen no impide que, un poco más adelante, tan sólo a unos pasos de ellos, una niña los observa sorprendida, quizás su mundo comienza a derribarse y se jura a sí misma jamás alienarse ante el patriarcado.

“Si conmigo te quedas, o con otro tú te vas, no me importa un carajo, porque sé que volverás”, un hombre se respalda junto en la puerta de la cantina, la rocola disfraza el ruido extenuante del tráfico céntrico, él ha bebido como siempre, pero hoy cae vencido por el alcohol. El salario de una semana ofrendado a la enajenación autodestructiva a la que es conducida la clase trabajadora por la mano oculta del sistema que siembra desesperanza y oferta paliativos al sufrimiento con promociones de ocasión. Un adolescente -integrante de la generación sin esperanza- suspira al verlo y balbucea: “total, mañana moriremos”.

“Te creíste que me heriste y me volviste más dura, las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan”, a un costado del autobús de donde recientemente han descendido, una mujer muestra a su hija cómo cuidarse por las calles del centro de la capital, tendrá que aprehender a andar entre el acoso sexual, el tráfico desenfrenado y los “pescadores de ocasión”. La instruye para afrontar la dolorosa realidad cargada de machismo y de un irracional desprecio a la libertad femenina, pues si a algo temen los más destacados hijos del patriarcado, es justamente a una mujer fuerte y libre que sabe navegar en el asfalto de la inhumana lógica de la fálica estupidez.

“Antes de que nos olviden, haremos historia, no andaremos de rodillas, el alma no tiene la culpa”, un grupo de jóvenes con los puños en alto –mujeres y hombres- entonan esta melodía, refuerzan sus razones para no caer en el desanimo que hoy es común en su generación, y más en esta realidad tan cruda. Se han reunido para bailar, llorar y cantar por aquellos desaparecidos y por quienes aún no despiertan del injusto sufrimiento, pero sus lágrimas son más como la lluvia que ha pasado unos instantes previos, son gotas de esperanza que humedecen el concreto de las calles que suenan a veces sin sentido y otras con mucha razón, al final de cuentas, así es el ritmo de la vida…

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