Cenizas de la convicción
Cristóbal León Campos: Cenizas de la convicción.
Los días que anteceden a la Navidad, seamos o no creyentes, suelen asociarse con un tiempo de reflexión y de autocrítica, al menos en Occidente, pues el fin de año es interpretado como el cierre de un ciclo temporal, sobre todo relativo a nuestro quehacer, sin importar el ámbito en que nos desempeñemos, ya que en todo caso, de lo que se trata es de poder mirar el reflejo que hemos proyectado y evaluar los sucesos que hemos vivido.
Así, queramos o no, creo que la mayoría de los seres humanos entramos en una espiral en la que vamos deshojando los recuerdos y acomodamos las cosas en su debido lugar. Y es natural que en determinados momentos de nuestras vidas nos resulte necesario un balance y un ejercicio que nos lleve a refrendar algún sentimiento o alguna creencia, o, también, un proceso donde vayamos soltando los amarres de aquello que ya no nos hace sentir que es útil, y no se trata de egoísmo (aunque no debemos obviar que en ocasiones caemos en él), sino que se trata de ese examen del cual no todo resulta aprobatorio, y aunque en un principio pudiera hacernos sentir dolor o tristeza, debemos aceptar que las cosas cambian, al igual que los intereses, y eso mismo sucede con los sentimientos, las amistades, los amores, el trabajo, o cualquier otra actividad o relación humana, pues no todo perdurará para toda nuestra vida junto a nosotros, es normal que se cierren ciclos y se inicien otros.
Esto último es algo que sólo aprendemos con el tiempo, son verdaderas aquellas premisas que nos señalaran algunas personas mayores en nuestra juventud, cuando por una u otra razón nos indicaban que algunas cosas las comprenderemos mejor al madurar, y ya no tengo dudas de ello, en este andar terrenal he comprobado en más de una ocasión que lo que una vez se creyó sólido e indestructible puede ser derribado con un simple soplo mundano.
Creo que las cenizas de la convicción son las que nos hacen madurar, esas huellas que duelen o que sirven de recordatorio nos dan razón cuando entramos en ciclos de cambio, y estos tiempos lo son sin lugar a dudas, pues nuevamente veo alejarse la mano afectiva manchada de mezquindad, así como escucho el sonido estruendoso del silencio interesado, el mismo que borra las palabras que un día fueron de afecto. Y sí, la vida sigue y seguirá, no hay duda de ello, ya los caminos y las espinas han marcado los estigmas del mañana que nuevamente nos harán creer y fortalecerán las esperanzas venideras. El acero siempre se templa mejor en medio de la tormenta.
Y no puedo dejar de señalar que esos mismos ciclos de reflexión y autocritica nos conducen a refrendar las urgencias que nos mueven, esas mismas que, a veces, son usadas como cuartada por unos y despreciadas por otros u otras en tiempos de oportunismo, pero, como la congruencia marca y demanda, sólo el rezo por la humanidad da forma al credo de lo cotidiano. No hay moda que desvirtúe los valores ni prebenda que haga olvidar que por encima de todo está siempre la humanidad. Las letras han de ser el puente permanente entre las cenizas de la convicción y la consciencia sobre la inconmensurable condición de la existencia. En todo caso, las reflexiones de fin de año apenas comienzan…