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Transcurrida la premura de la despedida y acomodados en el vagón de la distancia, el nuevo viaje inicia el recorrido a lo desconocido, atrás van quedando las caricias y los versos compartidos, los temores confrontados y la pasión desbordante que una vez más nos hizo creer, aunque ya supiéramos que “para siempre” no era eterno. Ahora refrendamos el saber de lo efímero de su tiempo, aquella frase cifrada pareciera recobrar vigencia como sentencia advertida, la bruma errante reviste los días perdidos que asolan a la humanidad.

Sumidos en una especie de melancolía descendemos por la escalinata de la desesperanza cargando el peso del mundo, son aquellas desventuradas experiencias las que nos hacen reflexionar sobre la vida futura, instantes fugaces como los poemas amigos que alguna vez cubrieron las mesas de los cafés compartidos disueltos entre la vileza del rumor y la conveniencia del cinismo, voces que han preferido silenciarse en lugar de nombrar las cosas urgentes de nuestros pueblos; pan, tierra, hambre, salud, trabajo y justicia, son palabras que retumban en la realidad exigiendo se les reivindique a la hora de las fiestas decembrinas en los hogares proletarios vilipendiados por la avaricia y la codicia que traiciona el espíritu que dice celebrar.

En esta hora, ahora que vivimos otra Navidad, tan diferente y tan igual, en la que gran parte del mundo conmemora sus creencias que dan sentido a la conformación de su pensamiento y del deber ser de su moral, no debe olvidarse a aquellos que por circunstancias palpables en la materialidad sistémica existente han sido arrojados al olvido y condenados a una vida de angustia y desavenencia, la crisis económica que afrontamos desde tiempo atrás incrementada por la pandemia y sus resabios aún vigentes que asola a la gran mayoría de seres humanos en todos los continentes, puede servir si nos decidimos como la catapulta transformadora de conciencia y realidad, pensar el año venidero y aquellos que vendrán después con una mirada crítica y propositiva que incentive la reflexión y nos conduzca a dejar a un lado todo aquello que lacera la existencia humana, ya sean estructuras sociales-culturales y/o económicas-políticas, así como creencias, actitudes, prejuicios, valores y formas de vida, todo lo que nos aleje de un porvenir más justo y humano habrá de ir dando paso al resurgimiento de la esperanza y la utopía como ejes de las sociedades del mañana.

La nostalgia que acompaña estas fechas nos recuerda momentos placenteros y personas importantes de nuestra existencia mientras las bombas siguen cayendo alrededor de muchas naciones, la amenaza continúa en una época definitoria para la humanidad, si olvidamos las enseñanzas de lo vivido repetiremos los errores una y otra vez en una cíclica tragedia autoimpuesta. El tren de la despedida toma su rumbo hacia nuevas experiencias alejándose de todo lo conocido para reinventar el sendero que se tendrá que cruzar, las cosas cambian tan rápido que en ocasiones resulta complicado asimilar el golpe que ocasionan los acontecimientos acelerados, pero matizados los sentidos y puesta en marcha la conciencia por encima del dolor individual, podemos reconocer que, en esta otra Navidad, sigue siendo indispensable el amor a la humanidad.

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