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En el contexto global en el que vivimos, con el incremento de la guerra en diferentes regionales del mundo, así como el arribo de gobiernos ultraconservadores-neofascistas, y tras una pandemia de Covid-19 aún hoy en tela de juicio por su origen y manejo en los países capitalistas, junto a las crisis económicas (incremento de pobreza y de la desigualdad social) y la crisis ecológica generada por el ser humano, se origina la urgencia del debate sobre el rumbo que queremos para la humanidad y, sobre todo, sobre ¿qué hacer y cómo hacerlo?, interrogantes últimas que nos llevan a la presencia y vigencia de Vladimir Illich Uliano, Lenin, uno de los más grandes teóricos revolucionarios, quien ha cumplido un centenario de su muerte, el 21 de enero de 1924.

Su presencia incomoda hoy al recalcitrante reaccionario, e incluso al liberal “progresista” de izquierda y posmoderno, pues además de que no han leído su obra y han preconcebido una imagen de él con base en las tergiversaciones favorables a los sectores burgueses y conservadores, también incomoda porqué su pensamiento no se encamina a reformas que maquillen al sistema y pongan pinceladas de color sobre lo gris de la realidad. Muy al contrario, Lenin materializó los ideales de Carlos Marx y Federico Engels –y tantos otros marxistas- al dirigir la Revolución rusa consumada en 1917 y construir la utopía socialista-comunista.

Su obra es praxis pura, ya que sus ideas estuvieron siempre en consonancia con sus actos, su andar fue la consecuencia del estudio riguroso de Marx y Engels, y de acalorados debates con pensadores liberares, burgueses y socialdemócratas, demostrando su fuerza con las ideas al superar las posturas reformistas que algunos sectores dentro de la Revolución rusa quisieron implementar, ante lo cual no sólo se resistió, sino que actuó consolidando las bases de una nueva sociedad que se vivió durante años en la URSS antes de la contrarrevolución ejecutada por políticos traidores y agentes de la burguesía disfrazados de “camaradas”.

La obra de Lenin se ha compilado por años en varios volúmenes que atestiguan su dedicación al estudio, piénsese en El desarrollo del capitalismo en Rusia (1899); ¿Qué hacer? (1902); Materialismo y Empiriocriticismo (1908); Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo (1914); El derecho de las naciones a la autodeterminación (1914); El Imperialismo, fase superior del capitalismo (1916); El Estado y la Revolución (1917), y La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo (1920), entre otras obras. Su análisis sobre el imperialismo y las fases del capitalismo se mantiene vigente, al igual que sus planteamientos sobre democracia, Estado, poder proletario y otros más, que sin ser construcciones abstractas de escritorio, son el resultado de la praxis entre obreros, militantes, lucha de clases y la construcción del socialismocomunismo en Rusia. No hablamos de un teórico de librería, sino de un revolucionario que abstrajo de la realidad concreta las bases y leyes para transformarla, y ahí es donde radica la clave de su vigencia.

El pensamiento leninista no es un recetario de fórmulas preconcebidas, sino que nos muestra los principios del análisis materialista para ir desentrañando las raíces del capitalismo-imperialismo actual, y poder ir revirtiendo sus efectos negativos para la clase trabajadora y los sectores populares, así como para hacer frente a los oportunismos de “izquierda” y el resurgimiento del neofascismo con nuevas formas que no podemos pasar por alto. Ante la pregunta ¿qué hacer?, una de las respuestas es volver a Lenin

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