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Aveces, muchas quizás, la agonía de los días se reviste de una fragilidad impensada que nos acerca al abismo, hay dolores que no se marchan sin importar lo profundo que los enterremos en el subconsciente y que tanto intentemos “engañar” a nuestra psique con distracciones banales frente a las crisis que nos habitan, y es que a veces pienso que la angustia tiene un carisma especial, que la convierte en una seductora que llena de sustancias al cuerpo, esas mismas que nos hacen somatizar las penas por no enfrentarlas, no sé si para Sigmund Freud esto forme parte de la pulsión de muerte, pero sí sé que para mí da lugar al balance de las huellas que aún están presentes, una mañana, una noche, o en cualquier instante.

No soy creyente de la apatía ni le rindo culto, pero no evito su presencia en los días aciagos, esos en los que la añoranza de mar recorre como ácido las venas, carcomiendo el interior de la esperanza resguardada en la memoria, y no sé si las notas que dicta la urgencia de expresar puedan llevar consigo la cordura de lo esperado, mas veo en el papel el alivio de los años, aquellos que se marchitaron en los recuerdos, cuando de ellos hicimos papeletas arrojadas al aire sin la menor prudencia, pues al paso de los días los secretos son revelados sin el cuidado ameritado de lo que alguna vez soñamos.

Hay en el juego de la memoria siempre trampas por sortear, el dolor nos aleja de algunas verdades y la angustia nos dirige a otras que no fueron otra cosa, sino deseos inconclusos, algunos reprimidos y algunos ufanos sobre lo vivido, creo que las horas se convierten en navajas cuando las dejamos correr, así como abandonamos las ilusiones, en ocasiones con razón y otras tantas por el miedo paralizante que más tarde regresará a cobrarnos, con el mayor de los detalles, cada acción no hecha o cada paso resguardado a la orilla de un no sé.

En estos años, pocos todavía, he visto recorrer las venas por el óxido hirviente del arraigo innecesario, ese mismo que se engrandece con la tristeza por lo que nunca fue, un tipo de droga que desgarra la razón al ser invertebrada. No puedo olvidar lo que no tuve y dejar de ver lo que se ha ido, aún no encuentro la guarida para esconder ese agónico sentir que me hace desvanecer frente a la noche. No hay sonido más hermoso que el silencio de los siglos, esa voz, esa música, que sin hablar nos muestra las verdades dolorosas de nuestra historia.

En el exorcismo de las virtudes nace el juicio de los tiempos, la ironía de la creación es que desvestimos un poco al alma y un poco a la razón, y en ese proceso nos creamos y negamos, siempre es igual, van quedando pasajes desgarrados en las espinas de la mente, el cuerpo sabe que no habrá regreso tras la noche en que nacimos. Se borran las cicatrices y se marcan los estigmas, es el cáliz el ritual y el halago que alimenta al espíritu, en las manos fue depositado el secreto más sagrado y más mundano; el sentir de los sentidos en una sola caricia, esa que despoja a los miedos y los expone al rumor del sarcasmo, y ya desvestido el infierno comenzamos a vivir un mundo extraño y algo ajeno, ahí donde todo inicia como placer y abismo…

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