Naturaleza y sociedad; tiempos de reflexión

Cristóbal León Campos: Naturaleza y sociedad; tiempos de reflexión.

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Estos son días de lluvia, de escuchar y reconocer a la naturaleza como una fuerza viva que reclama su lugar en el orden de la existencia, y más con las afectaciones humanas que nos han llevado a una crisis climática que acelera los procesos naturales y que los hace más contradictorios con el desarrollo tecnológico. No obviemos los efectos negativos que causan la sobreexplotación de los recursos naturales y la implementación de energías contaminantes en extremo, pues todo producto surgido de procesos industriales afecta, en mayor o menor grado, la naturaleza.

En estas horas, ante el avance del huracán “Beryl” por la Península de Yucatán, regresaremos a tiempos y formas que la modernidad juraría superadas, pero que la fuerza de la naturaleza nos recordará que al final de cuentas el ser humano es un integrante más del complejo y diverso mundo y de la vida en el planeta Tierra. Ahora, o un poco más tarde, hogares sin luz alumbrados con velas, y por qué no, con algún viejo quinqué, quizá una remembranza romantizada del siglo XIX, cuando en la bohemia de las velas daba un toque de misterio a las noches. Sin embargo, lejos de ese romanticismo, la realidad es que el juego a ser Dios que el ser humano ha aprendido tiene más de una lectura y un rostro, pues miles de seres humanos afrontan los fenómenos naturales como el huracán comentado bajo condiciones extremas de precariedad, con el riesgo para sus vidas y su patrimonio, en un mundo hecho de muchos mundos, en los que los matices se diluyen y nos queda muy claramente que la exclusión social del bienestar de miles de seres humanos los ha puesto en la barranca de la agonía.

Los procesos acelerados de desarrollo, urbanización, gentrificación, modernización y muchos otros, han dibujado una imagen expuesta como epicentro del bienestar, pero ante fenómenos como el que ahora nos afecta, no quedan más que las verdades desenmascaradas, pues las inundaciones evitables hasta cierto punto, así como la ubicación de los asentamientos humanos, revelan la polarización de la segregación en las urbes vestidas de modernidad y actualidad, sólo máscaras resquebrajadas ante la urgencia exigida por la naturaleza, pues aunque los impactos pudieran no ser tan graves, basta un poco de presión para agrietar lo endeble de esta realidad.

El desarrollo que hemos visto, sus grandilocuentes mensajes y eufemismos, son como señales inversas de una hecatombe social, es el reflejo inverso de aquello que no alcanzamos a juzgar por la inoperante mediatización de una verdad a medias, o más bien, de medias verdades hoy recubiertas de un recordatorio; sólo somos una parte más de este universo aún no comprendido y del cual hemos hecho lo que quisimos, pero seguramente no lo que debimos hacer desde el principio.

El sonido de la lluvia y la naturaleza nos está hablando, no sólo en esta Península, sino en todo el orbe, tendremos que emendar los caminos y los rituales de socialización del bien común, pues nos ha dejado las señales que indican que hemos errado mucho y más lo haremos si seguimos en el rumbo ya señalado.

Ahora, por ahora, en estos instantes de lluvia y extremo reordenamiento natural, nos queda sentarnos a mirar y escuchar ese mensaje, el que hemos ignorado, pero que ya es tiempo de honrar; seamos más humanos dejando atrás la desigualdad y edificando mundos de encuentro y concordia entre la naturaleza y la sociedad, pues es por el bien de toda la humanidad.

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